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Historias de mujeres refugiadas

En este momento hay más de 79 millones de personas que se han visto forzosamente desplazadas de sus hogares en todo el mundo. Durante su tránsito en búsqueda de seguridad, deben enfrentar grandes peligros para escapar de la violencia y la persecución.

Médicos Sin Fronteras (MSF) trabaja con poblaciones en movimiento a lo largo de todo el planeta: en los lugares de origen, en las principales rutas migratorias, y en los campos de desplazados y refugiados. Los equipos de MSF proporcionan atención médica y de salud mental, acceso a agua potable y suministros de primera necesidad.

En el marco del mes del Refugiado, MSF acerca las historias de tres valientes mujeres que han tenido que huir de sus hogares, arriesgando todo para poder encontrar seguridad para sus familias, y que aún hoy, deben enfrentar constantes obstáculos mientras se adaptan a una vida en tránsito.

Ghazaleh, Amán, Jordania

Ghazaleh es una refugiada siria que vive con su esposo e hijos en Amán, Jordania. Sus primeros días en el país los pasaron en el campo de refugiados de Azraq, pero luego fueron trasladados a alojamientos en la capital del país cuando la salud de Ghazaleh comenzó a deteriorarse. Sin embargo, aún después de haber dejado el campo, la familia sigue luchando por sobrevivir.

Esta madre de cinco hijos no es ajena a la adversidad, ya que escapó de la guerra en su país de origen en 2014 y tuvo que soportar un peligroso viaje desde Siria hasta Jordania. En un momento, fue detenida y golpeada por soldados del régimen, quienes le dejaron los huesos del pie completamente destrozados.

En ese entonces, a la familia le llevó 18 días para cruzar la frontera de Jordania, durante los cuales Ghazaleh apenas podía estar de pie a causa del dolor.

La frágil economía de Jordania ha tenido problemas para adaptarse a la creciente población de refugiados del país. En 2018, por ejemplo, el gobierno jordano anunció la cancelación de la atención médica subsidiada para los refugiados sirios. Y desde que comenzó la pandemia de COVID-19, el acceso a servicios esenciales como la educación y la atención médica prácticamente ha desaparecido.

Ghazaleh y su familia sienten profundamente el efecto del COVID-19 en la economía de Jordania. Los paquetes de suministros de ayuda destinados a asistir a refugiados como ellos a reasentarse dejaron de llegar hace más de un año. Y las oportunidades de empleo para Ghazaleh y su esposo dejaron de ser tales, lo que los obligó a vender sus muebles solo para llegar a fin de mes.

MSF trabaja en Jordania ayudando a refugiados que se encuentran en una situación de vulnerabilidad para recibir la atención que necesitan. Además de apoyar la respuesta de COVID-19 en el país, los equipos de MSF brindan tratamiento para enfermedades no transmisibles, atención de salud materno-infantil y cirugía reconstructiva para las víctimas de la violencia.

Con las cuentas acumulándose, en este momento la mayor amenaza para la familia de Ghazaleh es el desalojo. Mientras se sientan en el suelo con el personal de MSF y les cuentan la historia sobre el café árabe, la pareja mantiene una apariencia alegre. Pero sus ojos revelan una desafortunada verdad: saben que el viaje para reconstruir sus vidas aún está lejos de terminar.

Soma, Atenas, Grecia

La violencia y el conflicto obligaron a Soma y su familia a huir de su hogar en Afganistán.

“Todos los días había violencia y bombardeos”, cuenta Soma, “no había futuro para nuestra familia ni tratamiento médico”.

Pasaron cinco meses viviendo en el superpoblado campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, donde compartieron un contenedor con otras 20 personas. Luego, Soma, su esposo y sus dos hijos pequeños fueron trasladados a un alojamiento en Atenas, donde residen actualmente.

Vivir en Grecia como refugiados ha presentado nuevos desafíos para Soma y su familia. El acuerdo de 2016 entre la Unión Europea y Turquía -un conjunto de políticas destinadas a evitar que los refugiados, migrantes y solicitantes de asilo crucen a Grecia desde Turquía-, ha provocado que miles de mujeres, hombres y niños terminen atrapados indefinidamente en condiciones espantosas en Grecia. Y en 2019, una nueva ley más estricta redujo la ya limitada capacidad de los solicitantes de asilo para obtener atención médica.

El último golpe a la población de refugiados de Grecia se produjo durante la pandemia, cuando las autoridades intentaron descongestionar los campos de refugiados desalojando a más de 11.000 personas desplazadas por la fuerza de sus alojamientos, incluida Soma y su familia.

«No esperábamos esto», explica. “Un día, encontramos a una persona dentro de nuestra habitación que nos dijo: ‘Hemos trasladado todas tus cosas a la entrada del hotel’”.

Durante años, MSF ha pedido a las autoridades griegas que brinden alternativas seguras y dignas a los campos de refugiados, que permitan el acceso a procedimientos de asilo justos y garanticen una atención médica adecuada adaptada a las necesidades de las personas que huyen de la violencia, los conflictos y el trauma. Hasta que eso suceda, los equipos de MSF proporcionan servicios de salud esenciales a las personas desplazadas tanto en las islas del Egeo como en el continente.

Soma y su familia han encontrado apoyo temporal a través de un programa local, pero solo dura seis meses. A pesar de esto, Soma está decidida a encontrar un futuro mejor para sus hijos y se niega a mirar atrás.

“Cuando sales de tu lugar, llegas a un punto en el que no puedes regresar. El miedo a las explosiones y las bombas no se puede comparar con nada».

 

Hasna, Trípoli, Líbano

Hasna, de 57 años, junto a su esposo Hassan, de 65, llegó a Líbano en 2012. Esta pareja de refugiados sirios vive en un edificio en construcción en un barrio de Trípoli con su hijo, su esposa y sus tres hijos. Su hijo trabaja en una peluquería y es el único sostén de la familia.

Tanto Hasna como Hassan sufren de hipertensión. Hasna también tiene que lidiar con la diabetes y problemas cardíacos. Entre ambos, deben tomar 13 medicamentos diferentes cada mes, incluyendo la insulina. Durante ocho años, MSF les proporcionó sus medicamentos de forma gratuita, antes de traspasar sus actividades médicas en Trípoli al Ministerio de Salud. Recientemente, la pareja ha tenido que pedir prestado dinero a sus vecinos y vecinas para comprar sus medicamentos en la farmacia, pues algunos de los medicamentos que necesitan no están disponibles actualmente en las instalaciones de salud pública.

«No podemos dejar de tomar nuestros medicamentos, pero tampoco podemos comprarlos», dice Hassan. Mientras describe la situación que viven, Hasna se pone de pie para ir al baño. Camina con dificultad, confiando en que su nieta la ayude. «Mi esposa necesita fisioterapia para aliviar su dolor», dice Hassan, «pero tampoco tenemos el dinero para eso».

A pesar de que su hijo ha logrado mantener su trabajo durante la crisis económica y la pandemia de COVID-19, la comida se convirtió en un problema creciente para la familia desde el año pasado, especialmente para Hasna, quien tiene que seguir una dieta saludable para ayudar a controlar su diabetes. El precio de los alimentos ha aumentado considerablemente en los últimos meses, pero el único salario de la familia se ha mantenido igual. Muchas de sus comidas consisten solo en arroz y pasta. “Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”, dice Hassan.

Desde finales de 2019, Líbano ha estado lidiando con su peor crisis económica en décadas, tensiones sociales y agitación política. Además de eso, y tras la llegada de la pandemia de COVID-19, a principios de 2020, una gran explosión arrasó con Beirut, la capital, en agosto.

Estas crisis sobrepuestas han exacerbado la vulnerabilidad de las personas y han empujado a miles a la pobreza. Todo esto se suma a una situación precaria y prolongada para las personas desplazadas. Este pequeño país alberga al mayor número de personas refugiadas per cápita del mundo.

Para la pareja, la palabra ‘futuro’ es sinónimo de ansiedad. “Cuando llegamos, la situación no era buena para nosotros, pero definitivamente era mejor que ahora. Hoy todo es una lucha: conseguir lo suficiente para comer, alquilar un lugar para vivir, conseguir medicamentos. Nuestros nietos no van a la escuela a causa del COVID-19 y no tienen nada que hacer. ¿Qué será lo próximo? «, se pregunta Hassan.

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