miércoles, mayo 8, 2024
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Propuestas pos educación virtual

Creo que las universidades más grandes del país (y del mundo, obviamente) se esforzaron por implementar plataformas y softwares de apoyo a la educación virtual, mientras que las más pequeñas quedaron sencillamente a la deriva. Entiendo que cosa análoga o similar ocurrió con los colegios y las escuelas.
Con más de doce meses de virtualidad educacional, creo que ya se puede hacer una evaluación sobre cómo se están dando los resultados de la misma. Mi impresión no es nada optimista. Y es que no solamente advierto en los estudiantes falencias conceptuales estructurales, sino además falta de atención en las clases. El primer problema pudo ser paliado en cierta medida con algunos recursos tecnológicos (pizarras en línea, cuestionarios y formularios digitales, actividades lúdicas y laboratorios virtuales, etc.), pero el segundo fue mucho más difícil de contrarrestar. Tanto alumnos como profesores se ven perjudicados y altamente limitados.
En anteriores artículos ya mencioné las fallas en que creo está incurriendo el Gobierno central, fundamentalmente al no mejorar la conectividad de internet ni reducir los costos de éste. Muchas cosas se podrían hacer desde el Estado, y sin tanto dinero como podría creerse; simplemente, administrando bien lo que se tiene.
Pero el presente texto más bien intenta llamar a la reflexión a las universidades. Éstas deben tomar las riendas del asunto, desde que los profesionales de mañana (futuros profesores entre éstos), serán los que hoy están estudiando remotamente, desde sus casas, si no desde un café en el que pueden “robar” algo de internet. Tengo entendido que algunas carreras, como Medicina, sacarán licencias especiales para poder pasar clases presenciales desde los siguientes meses. Y es que la naturaleza del estudio de las mismas ya no puede seguir admitiendo una virtualidad que solo es un paliativo en casos de emergencia.
Con esto no quiero decir que las universidades tengan que empecinarse pidiendo clases presenciales desde los siguientes meses, pues si la emergencia sanitaria del virus sigue latente, no habrá otro remedio que seguir en la virtualidad. Lo que quiero decir es que tendrán la responsabilidad y la misión de paliar las deficiencias de conocimiento lo más que puedan. Por ejemplo, implementando cursos de formación continua o cursos extracurriculares en todas las áreas, cuyos costos —si es que no pueden estar subvencionados— sean mínimos. La realización de los mencionados cursos no tendría que perjudicar a los alumnos, y se tendrían que hacer en horarios cómodos y flexibles. En julio, por ejemplo, comenzaré a dar en la universidad un curso breve de Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales. Y es justamente este tipo de cosas las que creo que marcan la diferencia.
Creo que el camino de la excesiva tolerancia para con el estudiante es el camino fácil de solución al problema, problema que tiene que ver fundamentalmente con la precariedad del actual aprendizaje. La excesiva tolerancia, que es acertada para lidiar con los daños psicológicos o emocionales que puede experimentar el estudiante, no combatirán los huecos intelectuales del aprendizaje a los cuales nos llevó la pandemia.
Más allá de las universidades, podría también señalar a la Alcaldía, cuya labor cultural (teatro, literatura, cine, artes plásticas) podría también ser una apoyatura para las estrategias académicas que luego deberán ser tomadas. Pero puede que esperar esto de instancias públicas sea como esperar peras del olmo. Por tanto, pongo mi fe en que las universidades bolivianas tomarán las riendas del asunto haciendo lo que mencioné o algo parecido. Finalmente, son las Casas de Estudios Superiores las que, a lo largo de la historia, han dado muchas de las mejores ideas para el porvenir.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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