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Sueño, memoria y aprendizaje

Desde la Edad Antigua el hombre ha intentado explicar el funcionamiento del cerebro, en estudios sobre sus características anatómicas hasta su complejo funcionamiento. Durante la llamada “Década del cerebro”, estas investigaciones avanzaron a pasos agigantados, puesto que se podía estudiar al cerebro in vivo a través de técnicas no invasivas (Campos, Velásquez, Lázaro. 2019).
La Neurociencia vincula la práctica con los aportes neurocientíficos, fomenta investigaciones que motivan a seguir conociendo el cerebro por: su plasticidad, particularidades, la importancia de la nutrición y el ambiente socioeconómico para su buen desarrollo, la capacidad de almacenamiento de información, la estimulación que las emociones generan en él o el ejercicio y el movimiento que mejoran las actividades cognitivas.
El aprendizaje desde la neurociencia implica los cambios en un individuo a escala neuronal y del comportamiento, el cual está estrechamente vinculado a la memoria.
El aprendizaje es un cambio relativamente permanente en el Sistema Nervioso que resulta de las experiencias y que origina cambios duraderos en la conducta; la memoria es un fenómeno que da a nuestras vidas un sentido de continuidad, define nuestra identidad y permite que esa información retenida condicione las conductas futuras; por tanto, mejorar la memoria ayuda a fortalecer los aprendizajes mismos que conducirán a un desarrollo intelectual y cultural fundamental para el crecimiento personal.
El efecto positivo del sueño ha sido observado en dos tipos de memoria: la memoria declarativa (que es fácilmente expresada verbalmente: información de hechos y eventos), y la memoria procedimental (acerca de habilidades y destrezas motoras). Hasta el momento no hay evidencia que sugiera lo contrario, es decir, que el sueño favorezca el olvido o la alteración de la memoria previa.
Carrillo y Ramirez (2013) sugieren que brevísimos periodos de sueño (o siestas) de hasta seis minutos de duración son capaces de provocar una mejoría significativa en la retención de información; pero también es prudente señalar que una mayor duración del sueño se asocia con una mejor retención de la información, al compararlo con un periodo más breve de sueño.
La National Sleep Foundation (2017) publicó un informe sobre los rangos de sueño recomendados para las personas según el grupo etario al que pertenecen. El informe sugiere que los niños en edad escolar deben dormir entre 9 y 11 horas, adolescentes entre 8 y 10 horas, adultos jóvenes y adultos (18-65 años) entre 7 y 9 horas diarias.
Hoy los niños y jóvenes son más proclives a disminuir su tiempo de sueño, esto por diferentes motivos, entre los más importantes se puede señalar el fácil acceso a medios tecnológicos, redes sociales o juegos de video que los mantienen despiertos hasta altas horas de la noche.
La falta de sueño provoca que tanto niños como jóvenes despierten más cansados por la mañana y no aprovechen de la mejor manera sus horas de estudio, ya que el cerebro, así como necesita del sueño, también necesita de un lapso de tiempo entre el despertar y el inicio de las actividades académicas.
Es importante que todas las personas, independientemente de su edad, conozcan la importancia del sueño para la consolidación de la memoria, la cual a su vez es una de las piezas fundamentales para potenciar el aprendizaje.

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