viernes, marzo 29, 2024
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Zozobra nacional

Salvo quienes gobiernan Bolivia hoy y que están felices comiendo perdices, el resto de la población vive en un estado de angustia cotidiana, que se agudiza con las muertes que se han producido últimamente. A la incertidumbre por falta de trabajo, escasez de dólares, y al atropello a la Constitución por el Gobierno, que le permite perseguir y encarcelar a sus adversarios, se suma una siniestra sensación de inseguridad, cuando nos enteramos que un “testigo protegido” que denunció una putrefacta corrupción en la Administración Boliviana de Carreteras (ABC), muere atropellado por un vehículo en Estados Unidos; que uno de los abogados del torpemente secuestrado gobernador cruceño Luis Fernando Camacho, cae misteriosamente desde el piso 11 del edificio donde vive; y el sábado pasado, el interventor en el ex Banco Fassil, se precipita también desde un piso 15, falleciendo.
En Bolivia siempre ha existido violencia, pero, más que todo, durante los períodos de las dictaduras militares. Eso de las dictaduras no extraña a nadie porque en la fuerza está la esencia de su poder, no en la ley. Lo más grave es cuando en democracia suceden crímenes, porque las más de las veces no se producen al fragor de enfrentamientos callejeros, donde inevitablemente caen represores, sublevados, y mirones.
En estos últimos años de democracia, a partir de la ascensión del MAS al poder, se han producido asesinatos selectivos, es decir, que se ha seleccionado a quienes se iba a eliminar. Esto es algo muy peligroso para cualquier sociedad. Es lo que sucedió en el Hotel Las Américas, por ejemplo, donde se hizo un seguimiento de las víctimas, se las ubicó perfectamente, se esperó hasta el momento en que dormían en su alojamiento y se las ejecutó a sangre fría en plena noche. Para descargar su responsabilidad, que no su conciencia, el Gobierno montó toda una historia de terrorismo y separatismo, de una manera tan burda que nadie la creyó.
Sin embargo, no fueron a la cárcel los gatilleros, los “Rambos” bien pertrechados, sino 40 cruceños que eran un estorbo para los planes de dominio del MAS en Santa Cruz, permanentemente incómoda para el centralismo. Provocaron un enredo judicial encabezado por un fiscal infame que huyó del país, y los tres muertos, dos extranjeros para colmo de males, quedaron sin saberse de sus victimarios. 40 personas inocentes, además de extorsionadas económicamente por el fiscal de marras, se pasaron una década en la cárcel. Es la actual justicia boliviana, la justicia del Fiscalato.
Ahora el país está preocupado, inquieto, ansioso, esperando saber qué de lo acontecido con el señor Colodro, interventor del ex Banco Fassil, muerto en circunstancias muy sórdidas. Cuando esta nota se publique el jueves (en edición digital), seguramente que ya se tendrán avances en la investigación de su caída desde el piso 15 del edificio Ambassador, donde estaba provisionalmente su oficina. Lo que mucho dudamos es que hasta entonces se sepa si fue accidente, suicidio o crimen, esto último con crecientes probabilidades, según el abogado de la familia. Y todo porque en Bolivia la justicia tiene una capacidad para enredar las cosas que solo se lo puede hacer desde el poder.
Esto del ex Banco Fassil ha producido una zozobra muy grande en la población y por la deshonestidad de algunos pocos irresponsables, ya existen voces, principalmente desde el oficialismo, que se relamen con sus ataques contra Santa Cruz, señalando que la debacle del Fassil es una señal incontrastable de un modelo económico cruceño fracasado, falso, agotado. En suma, que el Modelo Económico, Social, Comunitario, Productivo, que proclama el MAS sería la única forma de darle un verdadero desarrollo y sentido a la nación, afirmación a todas luces falsa.
Diga lo que diga el Gobierno y así quiera succionarnos hacia su nefasto modelo estatista, Santa Cruz no se va a rendir ante las utopías fracasadas el pasado, y continuará siendo su Modelo Productivo el que mejor funcione en el país, si no el único. En el fondo el modelo cruceño se basa en el trabajo y la producción, sobre todas las cosas. Pese a las restricciones descabelladas que el centralismo impone a nuestras exportaciones y al retaceo en la oferta de combustibles para trabajar el agro, la libertad y la iniciativa privada de nuestros emprendedores serán al fin y al cabo lo único que pueda frenar la zozobra que se abate sobre el país, hoy, lamentablemente, acompañada de muertes inexplicables.

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