jueves, abril 25, 2024
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Mestizaje: crisis existencial y neurosis

Todo gobierno autoritario va deteriorando poco a poco el tejido social de la sociedad que gobierna; con su política persecutoria o ligera, divide, enfrenta y sume a los gobernados en una especie de crisis existencial colectiva permanente. Y dado que en la historia de Bolivia muchos gobiernos fueron así, aquí nunca pudo fraguarse un sentido de hermandad y nacionalidad boliviana que permitiera delinear un futuro de intereses comunes. En esta sociedad que nunca se entendió a sí misma, la guerra y el desencuentro parecen ser las únicas pautas constantes.
Justo hace diez años, Carlos Mesa publicó La sirena y el charango: Ensayo sobre el mestizaje, obra en la cual mostró su fe en el mestizaje unificador de la nación boliviana. El libro, sin embargo, además de estar escrito al calor del patriotismo, encierra una serie de conclusiones falaces o simplemente deseos que están lejos de la realidad cotidiana. Al año siguiente (2014), Álvaro García Linera, entonces vicepresidente, publicó otro libro que rebatía al primero, titulado Identidad boliviana: Nación, mestizaje y plurinacionalidad, en el cual acusó a Mesa de defender un “mestizaje moralizante”, pues obviaba los traumas que el indígena llevaba desde el violento proceso de colonización europea. García Linera concluía apostando por la “identidad transversal”, que en palabras sencillas suponía la preponderancia de la identidad boliviana frente a las identidades étnicas de los pueblos indígenas.
Pero basta tener una pequeña capacidad de observación y análisis para darse cuenta de que ninguna de las dos teorías explica racionalmente la sociedad boliviana. Lo que hay que entender, primero, es que la nacionalidad boliviana, artificio decimonónico de burócratas ávidos de prestigio y poder, es un relato que no pudo cuajar hasta el presente. Al igual que la mexicanidad de ese México que explica Octavio Paz en el Laberinto de la soledad, la bolivianidad no es una esencia, sino una historia, un hecho. De cuando en cuando, las fisuras más agudas del tejido social boliviano saltan, evidenciando que es la división entre occidente y oriente, grupos sociales con aparentemente diferentes visiones de país, la que más paraliza el desarrollo de la sociedad. (Empero, remarco la palabra aparentemente, ya que en realidad occidentales y orientales no pugnan por modelos diferentes, sino simplemente por un hecho llamado racismo.)
Ni aimaras ni cambas, sobre todo por factores de encierro geográfico, han podido asimilar las ideas de la democracia liberal ni experimentar el intercambio de flujos culturales con el extranjero, tan necesarios para la civilización y el establecimiento de una mentalidad predispuesta a la aceptación de ideas disidentes. El corolario de esto, por tanto, no puede no ser sino la disfuncionalidad social y la crisis permanente. Es por eso que creo que las conclusiones a las que llegan La sirena y el charango e Identidad boliviana son deseos mucho más que análisis racionales. Como hizo Tamayo hace ciento trece años en su Pedagogía, Mesa (con la fe en el mestizaje bolivianizador) y García Linera (con la propuesta de la identidad boliviana transversal que fagocita a las identidades étnicas o regionales) esgrimen retóricas nacionalistas cuyo objetivo es que el lector crea que existe un horizonte esperanzador, un norte al cual se debe caminar. Por desgracia, sus afirmaciones y deseos no soportan el peso de la realidad. (El deber del intelectual no es levantar la moral de nada, sino analizar fríamente las cosas.)
Bolivia es una sociedad en permanente conflicto y sus conflictos poseen raíces históricas posiblemente más profundas que las de los de otros países de la región. Honestamente, no sé qué es lo que paraliza el desarrollo pacífico de esta sociedad y dudo de que el mejor investigador o teórico social sepa a ciencia cierta cuál es el origen del problema. Lo que se percibe todos los días, sin embargo, es una permanente neurosis colectiva que impide que el relato de la bolivianidad se convierta en un hecho que permita la comunión de intereses, y, segundo, que Bolivia está gobernada por autócratas o cleptócratas que no permiten que el tejido social se regenere paulatinamente y le permita hallar paz al boliviano.
En general, éste vive en una perpetua tensión nerviosa que tiene una razón de ser: su realidad de todos los días. El policía, el burócrata, el vendedor ambulante, el taxista, el político, el abogado, el universitario, sobre todo si son andinos, normalmente están exasperados. Un hastío crónico acongoja sus espíritus. Es natural, pues, que una realidad social, económica y política desventurada provoque todos los días sensaciones de hartazgo en las personas.
Todo esto, y no otra cosa, es lo más visible y probablemente lo más “científico” que tenemos sociológicamente hablando.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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