miércoles, abril 24, 2024
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Superadas las crisis de salud, es urgente redoblar la producción

Como ocurre al finalizar una guerra, surge en los pueblos la urgencia de la reconstrucción, de reponer tal como estaba todo en el inicio de los conflictos, y las premuras se dejan sentir porque los daños causados en tiempos de lucha han superado todo cálculo. Hoy, después de los estragos causados por el coronavirus, surge la urgencia de corregir, arreglar, componer todo en aras de reponer tranquilidad y modos de vida existentes antes. Son las poblaciones extremadamente pobres –como las del Cuarto Mundo–, que la enfermedad dejó con mayores urgencias, las que más sufren y requieren mayor atención, especialmente niños, jóvenes, mujeres y ancianos, que son los más expuestos a cualquier mal y no caben descuidos con ellos.

La pobreza, aliada incondicional de toda enfermedad, no deja espacios libres y se requiere utilizar todos los medios para atender los casos, especialmente los extremos, pero ¿cuánto pueden conseguir si lo que reciban no alcanzaría ni para atender las primeras exigencias?

El mundo rico y desarrollado puede recurrir a parte de sus reservas para paliar hambre y enfermedades; pero, lamentablemente, cuando parecía que había quedado disminuido el covíd-19, aparece la viruela del mono que cobra víctimas. Como consuelo y esperanza surge en los pobres la idea de que, con mucho esfuerzo, se podrá enfrentar los nuevos problemas. Sin embargo, las experiencias enseñan que los que más tienen desean más y si un virus o una guerra les permite reunir más dinero, se apegarán a esa seguridad. ¿Sería posible que surjan estados de desprendimiento y humanidad que impulsen a los que poseen mucho a ayudar a los que más sufren?  Es “pregunta del millón” que no tiene respuesta y ese millón serviría más para fabricar armas que para paliar, aunque mínimamente, estados graves de dolor.

El mundo requiere reconstrucción moral y física, no puede seguir en sus actuales condiciones. No es posible que no se pueda disminuir el 65% de extrema pobreza, por lo menos saciar el hambre de una niñez abandonada, el hambre de quienes, en hospitales y sitios de asilo, la padecen. Menos se hace con asilos y hogares de ancianos que sufren abandono de sus seres queridos.

Un mundo cruel y frío es semejante a una guerra que trae hambre, enfermedades y otros males a quienes merecerían lo mejor para sus vidas. Un mundo que ha recogido experiencias gratas y amargas para ver pasar generaciones que ayudaron a formar lo que ha quedado para un mañana que nadie sabe cómo será. Seguramente para algunos habrá algarabía y para otros, lágrimas, por los dolores de quienes sufren y padecen pobreza y enfermedades.

Así, el mundo transita por lo que causa alegrías y bienestar, así como angustias que se debe sobrellevar. Lo que resta, que es poco ante la eternidad, hay que reconstruirlo, rehacerlo, recomponerlo mediante la entrega de cada persona, aportando trabajo y dedicación, únicos medios para contar otra vez con esos medios de vida. Hay, pues, mucho para recomponer, lo que requerirá sacrificios, amor, paciencia y constancia que solamente la voluntad humana será capaz de dar. Hay un mundo por delante que se mueve como cuando las olas que arriban a las playas, se retraen y retornan fortalecidas para formar oleajes imparables.

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