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¿Dónde se esconde el “capo di tutti capi”?

Cuando los narcotraficantes asesinaron en la meseta de Caparus (Huanchaca), en septiembre de 1986, al profesor Noel Kempff Mercado, a Juan Cochamanidis y Franklin Parada, se logró encarcelar, luego de algún tiempo, a los dos sicarios brasileños que apretaron los gatillos, pero jamás se supo quién era el “capo di tutti capi” que dirigía a los mafiosos y que era propietario de la fábrica de cocaína. Como en Bolivia somos amantes de las leyendas malignas, se llegó a decir que la propietaria de la factoría era la CIA, con participación del coronel norteamericano Oliver North, dizque para proveer de fondos a la “Contra” nicaragüense.
El gobierno de entonces obró con tal lentitud e ineficiencia, que quienes entraron a rescatar los cadáveres, antes que ingresaran los militares y policías, fueron civiles. Dos avionetas al mando de los audaces Mario Añez y Mario Mercado, aterrizaron riesgosamente en la pista donde, en la mitad de la franja, estaba quemada la nave que habían ocupado las víctimas, sin tener ninguna seguridad de no ser recibidos a balazos y de correr la misma suerte de los expedicionarios encabezados por don Noel Kempff. En las dos avionetas llegaron su sobrino Julio Kempff Suárez, su yerno Carlos Vaca Díez y el entonces presidente de la Unión Juvenil Cruceñista, Marcelo del Río. Julio Kempff identificó los restos calcinados del profesor.
El asesinato de Noel Kempff, Cochamanidis y Parada (logró salvarse milagrosamente internándose en la selva el español Vicente Castelló) no fue algo premeditado, sino consecuencia de un destino fatal. Los pistoleros, nerviosos, dispararon a matar, porque, seguramente, pensaron que se trataba de agentes antinarcóticos y no de una misión científica que iba a investigar la fauna y la flora en el gran farallón y a grabar el canto de las aves, afición del profesor Kempff.
Los asesinatos conmovieron a la ciudadanía profundamente, de tal manera que los narcos de entonces –pocos en relación con lo actual– debieron huir o sumergirse en sus guaridas ante el repudio de la gente. Sin embargo, los mafiosos asesinaron al diputado Edmundo Salazar, que presidía la Comisión Investigadora de la Cámara, que había hecho progresos en su pesquisa en busca del capo.
Pero se acabaron los convites fastuosos de quienes jamás habían labrado una fortuna honesta y los frecuentes viajes y compras suntuosas de pobres diablos, que lucían amplias sonrisas, ropa de marca, cadenas y relojes de oro. Se pensó que el sacrificio de los victimados –aunque no se había logrado capturar al “capo di tutti capi”– sería un precedente para que las personas repudiaran a los mafiosos y para que la sociedad mejorara. Y, en efecto, así fue, hasta hace unos cuantos años, cuando han regresado las hienas.
Los ajusticiamientos de Porongo han vuelto a conmover a los ciudadanos, pese a que ya se había convertido en algo habitual el ajuste cuentas entre narcos en las calles y reuniones privadas. Pero ajusticiar disparándoles por la espalda, puestos de rodillas, a dos policías y a un voluntario del Gacip, es algo imperdonable. Eso es asesinar conscientemente, con alevosía, con saña. Que un ciudadano boliviano y dos colombianos clandestinos sean los presuntos autores del crimen apesta a narcotráfico. Y más todavía que el nacional sea propietario de una gran fortuna, cuya muestra está en una de sus haciendas en los campos de Guarayos, en Santa Cruz.
¿Quién es el Don Corleone en estos hechos criminales? ¿Quién el Padrino? ¿Dónde se esconde el jefe de la mafia narcotraficante boliviana? ¿Son del Comando Vermelho? ¿O del Primer Comando de la Capital? ¿O de los cárteles mexicanos o colombianos? ¿O el capo está fabricando droga en los montes cruceños? ¿O en las pampas benianas? O lo más probable: ¿Está en el Chapare? ¿Ahí donde más del 90% de la coca no pasa por el mercado legal y por lo tanto va a la ilegalidad, que es la droga? ¿Ahí donde se siente pavor con solo mencionar a la DEA? ¿Ahí donde las seis federaciones de cocaleros le imponen políticas al Gobierno?
Los próximos días serán decisivos para saber qué es lo que sucedió con los ajusticiamientos de Porongo. La gente ya ha salido en tumulto a las calles en busca de que se esclarezcan las muertes y de que se les siente la mano a los narcos. A veces las desgracias hacen que las sociedades se conmuevan y que impongan decencia en el comportamiento de sus miembros o los rechacen al lugar más oscuro y frío, que es donde les corresponde estar.

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