Guerras y enfrentamientos diversos han sido parte de la historia de la Tierra, el bendito planeta que Dios permitió que habitemos, una parte de la naturaleza que fue atacada por el coronavirus. Se trata de un virus letal que cobró muchas vidas y causó numerosos contagios; un virus que determinó que pandemias declaradas en varias oportunidades pongan en vilo a toda la humanidad y sea a la vez factor decisivo para la presencia de muchos otros males que, a su vez, dejaron secuelas en todo el planeta, causando víctimas y amenazando seriamente la existencia misma de la vida en el mundo.
Un virus que alteró totalmente la vida política, económica cultural y de toda naturaleza que había con determinada regularidad en todo el mundo; un virus que desplazó toda normalidad y ocasionó alteración de costumbres y modos de vida, en fin, cambios que determinaron totalmente que el orbe sufra alteraciones extremas.
El mundo ha cambiado y da lugar a preguntar: ¿Será posible que cambien los seres humanos y aprendan de sus propias virtudes y las transformen en valores y principios para ser mejores y obrar en el futuro con caridad, honestidad y humanismo? ¿Será posible que haya cambios y se practique el amor por la verdad y se abandone la mentira, el engaño y todo lo que lastima y destruye? Mucho habría que pedir en cuanto a cambios de todos los seres humanos y, muy especialmente, que sean humanos veraces, honestos y sepan que los gobernantes del mundo aprendan a amar, vivir y servir a sus pueblos; que eviten las guerras, las diferencias y discordias con miras a una paz cierta y un imperio efectivo de las libertades y la justicia.
Es muy importante que la humanidad, una vez pasada la pandemia y superadas tantas dificultades y sufrimientos, comprenda y cambie en provecho de su propio bien, puesto que de ello depende su futuro y el de muchas generaciones que Dios, con infinita bondad y misericordia, bendecirá.