viernes, marzo 29, 2024
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Por nuestros principios democráticos

Quienes no tenemos dónde recostar la cabeza, digamos parodiando al sublime Maestro, estaríamos rindiendo culto a los jerarcas de la hoz y el martillo. Pero nuestros principios democráticos, la fe en el Supremo Creador y el amor a la libertad, no nos permiten hacerlo. De ahí que siempre estaremos en desacuerdo con esa tendencia política. Cuestionaremos, en lo posible, sus excesos y despropósitos.
En un sistema totalitario son vulnerados los derechos humanos. Se restringe la libertad de prensa. Se detiene, en las mazmorras más infrahumanas, a los que piensan diferente. Se encarcela a los candidatos presidenciales. Se despliega estrategias brutales de represión. Realidad que se difunde, de manera cotidiana, mediante agencias informativas internacionales y las redes sociales. Por consiguiente: nuestras afirmaciones no son inventos ni calumnias, sino que se inspiran en la realidad y la objetividad histórica.
No existe, por lo visto, libertad para opinar, para exigir justicia ni mejores condiciones de vida. Toda actividad ciudadana está controlada rigurosamente. No se permite, en este contexto, la iniciativa empresarial y menos el comercio informal. No hay gremialistas, o quienes viven al día en las calles de las capitales comunistas. Los únicos que se enriquecen son los mandamases o quienes se perpetuaron en el Poder hasta morir longevos. A los pobres se los tapa la boca, con cierta asistencia alimentaria. Ello se advierte, con mayor dureza, en los barrios marginales, donde la vida es un calvario. El discurso del paraíso terrenal, sólo sirve de muletilla para entretener. En este marco sería histórico que los países socialistas de la región asuman una salida democrática por el bien común.
Un régimen comunista en el país, por decir, acabaría con quienes poseen cuentas bancarias, costosos negocios, edificios elevados, camiones de alto tonelaje, minibuses de último modelo, etc. Todo ello pasaría a control del Estado, para beneficiar, supuestamente, a los pobres. Por lo tanto: aquel estatus social tendría que desaparecer para siempre. Todo ello conlleva el odio a los que tienen cierto patrimonio.
En un sistema democrático no hay odio contra el pobre ni contra el rico. Todos conviven en libertad, en solidaridad y cooperación mutua, construyendo puentes, para alcanzar días mejores. Es que los tiempos exigen la conjunción de esfuerzos, sin distinción de clases sociales, no sólo para superar la pandemia, sino para lograr la reactivación económica, con empleo digno y seguro. Empero algunos desubicados, que aún sustentan teorías que pasaron a la historia, alimentan el odio contra quienes han alcanzado cierta holgura financiera, de manera honesta y transparente. No la obtuvieron de la noche a la mañana, como ciertos políticos, sino con trabajo permanente, sacrificado, pero fecundo. De generación en generación, posiblemente. Ahorrando centavo tras centavo. Privándose, inclusive, del “pan nuestro de cada día”. Ahí tenemos, como resultado, a muchas personas, de origen humilde que se enorgullecen de ser propietarios y como tales contribuyen con sus tributos y aranceles al Estado. Generan, además, empleo, que se requiere ahora más que nunca.
En suma: la tarea del momento es preservar el sistema de libertades, cerrando filas en contra el avance de la izquierda totalitaria…

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