Con una multitudinaria ceremonia que reunió a fieles, mandatarios y peregrinos de todo el mundo, el papa Francisco fue finalmente sepultado en la basílica de Santa María la Mayor, cumpliendo su deseo de un adiós sencillo, cercano a la gente y lejos de la pompa tradicional.
Más de 200.000 personas acompañaron el cortejo fúnebre que partió desde la Plaza San Pedro, atravesando el corazón de Roma en un emotivo último recorrido.
El funeral, oficiado por el cardenal Giovanni Battista Re, fue un acto cargado de solemnidad y recogimiento. Durante la ceremonia, Re recordó a Francisco como un pastor incansable que enfrentó “la cultura del descarte” con la “cultura de la fraternidad”, y como el pontífice que soñó con una Iglesia hospital de campaña, siempre al lado de los que más sufren. Las palabras resonaron entre lágrimas y aplausos espontáneos de una multitud que, desde la madrugada, ocupaba la plaza bajo el sol romano.
“Su última imagen, que quedará grabada en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el papa Francisco, a pesar de sus graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego descendió a esta plaza para saludar, desde el papamóvil descubierto, a la gran multitud reunida para la Misa de Pascua”, destacó en su homilía el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la solemne misa de exequias.
Entre los presentes destacaron numerosos líderes mundiales: Donald Trump, Volodímir Zelenski, Emmanuel Macron, los reyes de España, Javier Milei y los presidentes de Brasil, Ecuador, República Dominicana y Honduras, entre otros. La despedida al Papa argentino también sirvió de escenario para breves encuentros diplomáticos, aunque desde el Vaticano insistieron en centrar la atención exclusivamente en el homenaje al pontífice.
Luego de la misa, el féretro de Francisco recorrió las calles de Roma en un papamóvil abierto, permitiendo que miles de personas pudieran despedirse. El cortejo llegó finalmente a la Basílica de Santa María la Mayor, donde su ataúd fue depositado en un nicho lateral, entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza. Durante la ceremonia final, se realizaron antiguos ritos vaticanos: sellos oficiales fueron estampados sobre el féretro, se entonó el Regina Caeli y se roció el ataúd con agua bendita.
Francisco, el “Papa del fin del mundo”, como se autodefinió aquel histórico 13 de marzo de 2013, descansa ahora bajo una lápida de mármol de Liguria, la tierra de sus ancestros italianos.
El final fue una bellísima súplica antigua entonada por patriarcas de las Iglesias Orientales, basada en la liturgia bizantina para los difuntos. (Alerta Digital / la Nación)