Lo bueno que se haga hoy, perfecciona el propio futuro

Es necesario que niños y jóvenes, desde su tierna edad –empezando por sus hogares– tomen conciencia de la importancia que tienen los sentimientos de solidaridad y amor por el prójimo, que hagan crecer raíces de nobleza que abriguen en sus relaciones con el entorno que se haga parte de su diario vivir. Adquiere trascendencia en el presente y futuro de ellos que asuman la idea de la unidad y la concordia para que puedan hacer frente a situaciones controvertidas que pudiesen presentarse en su vida. Requerimos pueblos con sentimientos solidarios y conocedores de que los corazones humanos son cimiento de sensaciones, reacciones y propósitos capaces de abrigar propósitos constructivos.
Estudios sociológicos han probado lo importante que es vivir en concordancia con quienes conforman la misma sociedad, para que, imbuidos de sensaciones cargadas de bondad, poseedoras de esa conciencia, comprendan la urgencia de aplicarlas en la vida diaria, como forma de paliar o disminuir dificultades y controversias que puedan influir negativamente en el diario vivir y, además, ser proclives a imitaciones por quienes demuestran conductas malsanas.
Cada niño es depositario de amor, ternura, bondad que sus padres depositan en él; es crisol que especialmente la madre, inflama con las llamas de amor y generosidad. Todo ese cúmulo de sentimientos nobles debe y puede crecer y permanecer intocable en cada niño, por la simple razón de que los sentimientos maternales nunca decrecen y menos desaparecen, por ser indestructibles y permanentes.
Aunque es evidente que toda siembra en niños y jóvenes, con el transcurso del tiempo se debilita y hasta desaparece, queda en los sentimientos paternales, como vocación indeleble, un reguero de semillas que pueden revivir y los menores ser actores futuros con buena conducta. Si esto fuese factible, seguramente que el comportamiento humano sería diferente.