viernes, abril 19, 2024
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Cambio climático acelera demanda de biocombustible

El cambio climático es una realidad. Todos, y ahí nosotros estamos incluidos, tenemos que modificar la actual matriz energética, sustituyendo el carburante en base a carbono e hidrógeno. Y, por el momento, la alternativa que tenemos es el biocombustible.
Además, en el caso boliviano está el agotamiento de las reservas petroleras y sus derivados, sumado a la subvención de éstos, que se traduce en un incremento constante de valor de las importaciones de diésel y gasolina, erogando las pocas divisas que tenemos.
Es cierto que los alimentos y los vegetales para el biocombustible necesitan de los mismos recursos para su producción: tierra y agua, a lo que debemos sumar los agroquímicos. Pero si se tiene una adecuada planificación con el objetivo de cuidar el medio ambiente, alimentos y combustible no necesariamente entrarán en competencia.
S. Arungu-Olende, Secretario General de la Academia Africana de Ciencias, remarcó que “los biocombustibles ofrecen gran potencial, pero plantean desafíos a ser enfrentados con políticas de desarrollo fuertes y coherentes”.
Es cierto que el uso de los biocombustibles tiene grandes ventajas, pero también algunos riesgos que se puede atenuar con adecuadas y coherentes políticas de desarrollo.
Entre los beneficios de este combustible alterno se puede mencionar: Reduce la demanda de petróleo y asegura el abastecimiento de energía; reduce los costos de importación mejorando nuestra balanza comercial y balanza de pagos, asimismo baja considerablemente las emisiones de gases de efecto invernadero, monóxido de carbono y particulados. También puede mejorar el desempeño de los vehículos y permitirá crear industrias, con nuevas fuentes de trabajo. Tanto el bioetanol como el biodiésel son de combustión limpia.
El presidente Luis Arce Catacora anunció hace poco que la base para la producción de biodiésel sería la palma africana aceitera.
El Gobierno aprobó un decreto que autoriza al Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (Iniaf) a invertir recursos para la producción de semillas destinadas a la producción de este carburante alternativo, por algo más de 400 millones de bolivianos.
El bioetanol comercial se lo produce, especialmente, a partir de la caña del maíz, azúcar y remolacha. También se puede utilizar el sorgo de tallo dulce y la mandioca, también están los productos ricos en celulosa como pastos, árboles y varios productos de desecho de las cosechas, el procesamiento de la madera y los desechos sólidos municipales.
Entre 2000 y 2005 la producción mundial de bioetanol aumentó de 4.600 millones a 12.200 millones de galones, con Brasil y Estados Unidos como líderes mundiales en el uso de etanol.
El biodiésel se puede producir de una amplia variedad de materias primas, como aceite de semillas de mostaza, aceite de soya fresca, aceite de palma, aceite vegetal de desecho, semillas de colza, girasol (maravilla), soya y jatrofa, copra, palma, maní y semillas de algodón.
El uso y producción de biodiésel ha estado creciendo rápidamente ante el alza de los costos del petróleo. De 251 millones de galones en 2000, pasó a casi 800 millones de galones en 2005.
Es necesario remarcar que el proyecto del biocombustible exige que el gobierno se involucre de forma activa en el desarrollo de programas y tenga una sólida colaboración del sector privado.
El desarrollo de biocombustibles necesita recursos financieros, que los países en desarrollo podrían obtenerlos de instituciones financieras internacionales y bancos de desarrollo regionales y subregionales.
El primer paso del gobierno que piensa en desarrollar proyectos de biocombustible es la creación de un ambiente favorable para los inversionistas nacionales e internacionales, con asociaciones público-privadas.
Juntos los dos sectores, con acuerdos público-privados, pueden tener avances favorables para el país, haciendo realidad el cambio de matriz energética que nos permita tener sustitutos para la gasolina y diésel.

El autor es Economista, licenciado en la UMSA, doctorado Ph.D. en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador de Argentina y Académico de Número de la ABCE.

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