¿Estamos inmersos en la cobardía moral?

Estamos ante una encrucijada gigante. Hay quienes piensan que pueden circunscribirse a sus asuntos personales, puesto que el respeto a lo suyo vendrá automáticamente o, en todo caso, son otros a los que les cabe la responsabilidad por cuidar y defender la libertad de cada uno. No se percatan de la responsabilidad moral de cada cual para contribuir a que exista tal cosa, como la sociedad libre. Nada está garantizado. Como ha insistido Thomas Jefferson, “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Es muy legítimo y necesario que cada uno se dedique a sus menesteres, pero éstos no pueden sobrevivir si no se estudia los fundamentos del respeto recíproco y si no son difundidos. No basta con ser una buena persona que atiende los quehaceres domésticos y laborales. Nada subsiste si no son defendidos los valores del antedicho respeto recíproco desde la perspectiva ética, jurídica, histórica y económica.
Quien piensa de ese modo y escribe es Alberto Benegas Lynch, un intelectual argentino que posee doctorados en Economía y Dirección, y es autor de 27 libros. Bajo el título “El bochorno de la cobardía moral”, publicó un extenso artículo sobre la libertad y los derechos de la gente, los cuales en la actualidad son avasallados desde las esferas de poder. Dice: “No estaríamos en la situación en la que estamos si todos los que se dicen partidarios de la libertad contribuyeran a estudiar y difundir sus fundamentos. Se sabe que es más reconfortante dedicarse a la vida pacífica en la familia y en el trabajo, pero nuevamente reiteramos que no es posible evitar el inmenso riesgo que se atropellen esos derechos si no se vela por ellos”. Existen muchas maneras de proceder en este sentido –añade– y la más eficaz es la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo. Una forma muy fértil consiste en ateneos de lectura, donde se reúnen en casa de familia cuatro o cinco personas para debatir un buen libro: por turno uno expone y el resto debate. Esto tiene inmenso efecto multiplicador en las familias, en reuniones sociales y en los ámbitos de trabajo.
Remarca que es muy cómodo alegar que “otros tienen la vocación por defender los principios de la sociedad libre; a todos les atrae más dedicarse a ganar dinero y aplicarlo al placer de la vida armoniosa y gratificante, pero compete la responsabilidad mencionada, a todos; darle la espalda a esta misión inherente a la civilización es cobardía moral”.
Asimismo, refiere que José Ortega y Gasset escribe en el prólogo para franceses de “Rebelión de las masas”: “Mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del intelectual es opuesta a la del político. Aspira, con vana frecuencia, a aclarar un poco las cosas, mientras el político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban”. Por su lado, Gustave Le Bon en “La Psicología de las multitudes” dice: “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas, pero que, al mismo tiempo, “poco aptas para el razonamiento, las multitudes son, por el contrario, aptas para la acción” y en general “solo tienen poder para destruir”. Hay quienes en vista de este panorama irresponsablemente la emprenden contra la democracia sin percatarse que en esta etapa cultural la alternativa a la democracia es la dictadura, con lo que la prepotencia se arroga un papel avasallador y se liquidan las pocas garantías a los derechos que quedan en pie. Ya he puesto de manifiesto en otra ocasión que la obsesión por “vender mejor las ideas para tener más llegada a las masas” es una tarea condenada al fracaso. Así, Benegas Lynch, en varias páginas –de las que se ha extraído lo más sobresaliente para que usted esté al tanto de lo que se produce fuera de nuestras fronteras– expone la realidad en la que se vive actualmente en gran parte del mundo. Ahora, solo cabe preguntarse ¿también estaremos sumidos en esa cobardía moral?