Plato Paceño, la recordada obra de Raúl Salmón de la Barra, vuelve a escena, esta vez en su segunda parte. Sí, la secuela teatral que el público boliviano esperó por años, es ya una realidad gracias al trabajo realizado por el conocido dramaturgo Juan Barrera, quien escribió una nueva historia con los tradicionales personajes de Salmón.
Plato Paceño 2, “Nada volverá a ser como antes”, es la propuesta en este año del Bicentenario que Talía Producciones pondrá a consideración del público paceño este 19 y 20 de abril, en funciones de tanda (horas 19:30), en el Teatro 16 de Julio, con una puesta en escena llena de diversión
“La participación de un gran elenco, encabezado por Daniel Gonzales (El Rigucho), secundado por figuras como Sergio Caballero, Efraín Jerez, Carol Gerónimo, Carmen Vásquez y Magaly Uscamayta, harán de Plato Paceño 2 el ineludible pretexto para disfrutar de esta comedia criolla en tres actos. Sin duda, el teatro vive, por lo tanto, Viva el teatro nuestro…”, dijo Juan Barrera, quien a continuación nos cuenta detalles de cómo nació Plato Paceño y sus personajes.
“Desde siempre, la ciudad de La Paz se ha constituido en el centro irradiador de la actividad teatral en nuestro país. Su permanente irrupción en los pocos escenarios existentes ha sido invariable, planteando puestas en escena de distinto género, en estéticas diversas y con sustento argumental de amplio abanico, en la pretensión de conquistar un público cada vez más exiguo, de heterogéneo deleite y con un sentido crítico que desnuda su parca erudición teatral, asistida por seudo críticos que, sin ninguna formación y menos conocimiento, se dan a la tarea de defenestrar el abnegado compromiso de quienes desde siempre van bregando con la pretensión de hacer que el teatro permanezca vivo.
Una de las corrientes que pervive al paso del tiempo es la cultivada por quienes perseveran en su vigencia, llevando a escena piezas de autores nativos, cuyos argumentos, desde la perspectiva del teatro naturalista, verista, realista, social, transitan, en sus diversas escenas ficcionadas, por linderos que confrontan con la realidad menos imaginada.
Aunque vapuleado, menospreciado, peyorado, echado a menos, permanece erguido y en la preferencia de quienes lo sienten como una parte indisoluble de la cultura nuestra, ese es el teatro popular, ese teatro que vive en el sentir de todos quienes visualizan a sus personajes como propios de la idiosincrasia habitual y cotidiana de nuestro país.
Diversos autores han incursionado en él, creando personajes que, pese al paso del tiempo, han quedado en la memoria y que su solo recuerdo permite esbozar una sonrisa, una lágrima o una apostilla sobre su desenvolvimiento en escena o recordar frases recitadas a viva voz, inmortalizando su texto y fijando a ese personaje en la memoria imborrable del tiempo.
Aunque no parezca, son muchos los autores que han incursionado en la creación de esos argumentos teatrales, a los que aún hoy se acude y permanecen vigentes, pese al paso de los años, encontrando un acomodo en todo tiempo.
Una de esas piezas es aquella creada por el gran dramaturgo Raúl Salmón que, luego de volver de su exilio obligado por razones políticas, tras la revolución de 1952, irrumpe con un argumento simple, cotidiano, habitual, de sátira política y social, y que rápidamente se convierte en uno de los preferidos de la audiencia de una de las emisoras con mayor sintonía de la época, como fue Radio Altiplano.
Finalizaba el año 1958 y personajes como doña Clementina, don Tomás el bolivarista, el camba Cutuchi, la Ismicha, la Marica, el joven Lucho y el mismo Rigucho, estaban en boca de toda la gente, haciendo de Plato Paceño el programa radial más escuchado y seguido.
Es de allí, ante el requerimiento de los actores y actrices que encarnaban a todos y cada uno de los personajes, que Salmón decide trabajar un texto en tres actos, para ser puesto en escena en el teatro. De ahí en más, aquellos personajes de ficción fueron deambulando por las calles, los barrios y las casas y los tradicionales conventillos –en aquella época muy habituales en la ciudad, como el célebre garaje Romero, en la calle Murillo o el no menos conocido, de la señora Llanos de la calle Pucarani– que, tras disfrutar a todo volumen de las ocurrencias de aquellos personajes, fueron identificados en la personificación encarnada por nóveles figuras de nuestro teatro.
Como no evocar al mismo Raúl Salmón dando vida al Rigucho, ese migrante campesino de múltiples oficios y picardía sin par, o a don Tomás, el apasionado bolivarista, acérrimo festejante y beodo consumado, rol encarnado por el no menos célebre actor don Raffo Mory (Rafael Monroy Viscarra).
La tradicional mujer de pollera, colmada de toda su simpatía y mordaz comentario, doña Clementina, fue encargada a la inolvidable actriz doña Agar Delós, que supo orgullosamente representar a ese bello pendón de nuestra heredad.
Un inocente, pero locuaz joven oriental, el camba Cutuchi, fue personificado por el siempre recordado Tito Landa. Y las dos soñadoras y enamoradizas jóvenes, Ismicha y Marica, fueron encargadas para dar vida a dos muy destacadas actrices, la señora Mery Rada y la señora Elsa Antequera. El joven Lucho, hijo de los dueños de casa, cobrador impertérrito de los alquileres, fue representado por Waldo Pinto.
Hoy, cuando ha pasado el tiempo, cuando los años se han sumado, aquellos personajes permanecen en la memoria de quienes han visto al teatro como una forma de adentrarse en la inexplorada vivencia de estos personajes que aún trajinan los escenarios contando sus historias. Es por eso que gracias a esa magia que nos permite el teatro, los mismos volverán a deambular en su tradicional conventillo, en un nuevo argumento que vendría a convertirse en la segunda parte del Plato Paceño tradicional.
De esa historia, donde todos quedaron molestos, enfrentados y en la bancarrota, tras un mal entendido respecto al billete ganador de la lotería, se desprende otro argumento, en el cual nuestros acostumbrados personajes logran limar sus asperezas y juntos confrontar situaciones derivadas de aquella que los llevó a quedar con infinidad de problemas y deudas, sin siquiera poder honrar el alquiler de las piezas que ocupan en la casa de doña Elena, progenitora del joven Lucho y, por ende, dueña del conventillo en el que habitaban”.
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