Vivir la experiencia de la fe significa abandonarse en las manos del Señor, una realidad que no perece, ni tampoco aparece revestida de lo mundano, porque la esencia de este sustento es el níveo amor; brisa que nos enternece y eterniza, a través de la fragua del tiempo. Nada somos sin Jesús, mora en nuestro propio latir y le requerimos para recorrer juntos un mismo itinerario, pues es nuestra verdad en el verbo y nuestra vida en verso: aliento y alimento indispensable que nos armoniza.
I.- Por reverencia a la cruz; respétense unos a otros
Uno tiene que verse para sentirse, dejarse querer para poder amarse, perder el miedo a no reconocerse, pasar de la apreciación al aprecio, y del rechazo a la mansa acogida.
Siempre es más justo conciliarse, que interponerse y contradecirse, pues en el fraternizarse vive Dios, con su carga de enmienda y soles, que es lo que nos incrusta el amor.
La caricia es primicia del contacto, el buen tacto la cepa de la caridad; la entrega es la aurora del espíritu, que uno ha de ser para saber estar, hermanado al pulso del buen vivir.
II.- Por reverencia a la cruz; perdónense unos a otros
A pesar de la corriente de pesares, peregrinamos para sobrellevarnos, con los labios en son de concordia, y la sonrisa del perdón en el alma, la condición para entrar en el cielo.
Para absolver hay que absolverse, prender el fuego de la conversión, iniciar el paso compasivo y orante, un camino que nos lleva al Padre, a través de su Hijo que nos llama.
Situemos el tímpano en la escucha, pongámonos a seguirle con pasión, a quien se entregó por cada latido, a partir de sí mismo y por nosotros, en comunión siempre y en unidad.
III.- Por reverencia a la cruz; ilumínense unos a otros
Ante el Crucificado nos paramos, hacemos silencio y nos hallamos, alzando hacia él nuestros deseos, pues en la soledad nos acompaña, y en tu calvario te asiste su amor.
Corazón a corazón nos embelesa, nos embriaga de gozos y alegrías, hasta sentirle para volver a verle, mientras huimos de lo mundano, que no sea la de la cruz gloriosa.
Creer en el Altísimo nos remonta, significa hacer de él nuestro sol, el horizonte de nuestros andares, pues nos vela la plenitud divina, y nos revela la paz de lo reunido.
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