Con razón se pide que el gobierno cumpla sus programas cuando lo que ha prometido tarda mucho en ser realizado. Existe una especie de reciprocidad entre autoridades y pueblo, porque por ambos lados hay exigencias y esperanzas de cumplimiento. El gobierno antes de subir al mando de la nación hace muchas promesas y, a la vez, la población exige que las autoridades, al comprometer su parte, hagan el trabajo debido, con la esperanza de que la palabra empeñada sea cierta y, así, cumpliendo los dos “sería posible hacer realidad muchos proyectos”. Pero aparecen muchos compromisos y propósitos sin cumplimiento y eso es malo, porque la confianza depositada se pierde y no vale lo que se haya prometido.
Toda autoridad si pierde credibilidad y confianza del pueblo, pierde muchas posibilidades de realizar sus propuestas, porque la colectividad asienta sus esperanzas en la realización de obras a su favor. Por ello el gobierno necesita ajustar sus planes según su capacidad, para mantener su palabra y efectivamente hacer honor a su dignidad, que resulta ser salvaguarda de seriedad y honradez.
Estas condiciones que el gobierno se comprometió a seguir al comenzar su gestión, son vitales para su propia seguridad y conveniencia. La falta de estas condiciones solamente resta crédito y fe a cualquier autoridad y toda falencia es motivo para desconfiar, hasta de su capacidad para manejar los destinos de la nación. Es muy importante que las autoridades cifren sus éxitos en la confianza del pueblo, para evitarse problemas que luego se convierten en conflictos, por las exigencias surgidas desde el seno de varios sectores.
Por todo lo expuesto, la población busca consolidar la confianza otorgada mediante las elecciones, no solamente para su tranquilidad sino para las autoridades que requieren comprender que el bien común es susceptible de ser lastimado, cuando quienes deben servir y atender al pueblo incumplen y dan lugar a conflictos que perjudican el funcionamiento correcto de todo lo propuesto.