Todos los días funcionarios (bien remunerados) de la administración del Estado, acuden a los medios de comunicación para repetir un libreto previamente preparado, que pretende llegar a la opinión pública, con el discurso que la situación económica está muy bien, e incluso el denominado modelo social, comunitario, productivo es envidiado por la comunidad internacional y solicitado como ejemplo, pero la realidad que vivimos diariamente los pobladores de nuestro país, es distinta.
La desaparición de divisas en el mercado y de diésel en los surtidores, es un factor de parálisis de la actividad económica, que afecta gravemente a importadores, productores y la economía en general, con la resultante de mayor desocupación, pobreza e inestabilidad social a corto plazo.
El recitar cifras dadas por el mismo gobierno a través del Instituto Nacional de Estadística (INE), de dudosa credibilidad, no mejora la situación en la que vivimos, pues todos los bienes y productos de consumo han elevado sus precios hasta en un 30%, en especial alimentos y fármacos, necesarios para atender la subsistencia y salud de los individuos. Ya lo dijimos antes, “las cifras no alimentan al pueblo”.
Todo el libreto y discurso oficial, no es más que parte del aparato de propaganda, de costo millonario, con el que se satura a la población que ha perdido toda credibilidad en el gobierno, y cada vez más, éste se sostiene sobre un grupo de dirigentes de algunas organizaciones sociales prebendales, pues, sabemos que una de las políticas del régimen populista que nos gobierna hace 17 años, es el prebendalismo, con el que tiene asegurado el apoyo de esas organizaciones.
La propaganda es uno de los medios para influir en la opinión pública, que en este tiempo se denomina “marketing”, que es una técnica para influir en los individuos mediante la manipulación de la comunicación y los medios, es una técnica amoral, capaz de ser usada con la misma eficacia a favor o en contra de algo, para bien o para mal (Céspedes J.). Es un medio poco ortodoxo en cuanto a la verdad, pues lo que se persigue es influir en la opinión ciudadana, sin la necesaria reflexión, sobre algo que no siempre es correcto. No olvidemos lo que sentenciaba Goebbels, ministro de propaganda del régimen de Hitler: “miente, miente, que esas mentiras se convertirán en verdad”.
Precisamente en países pobres, se instalan gobiernos autoritarios, acaudillados por individuos de escasos conocimientos, pero con gran apetito de poder, se gastan millones de dólares en propaganda interna y externa y, a su vez, se persigue a la prensa libre.
Los gobernantes serios y patriotas, deberían consultar constantemente a la “realidad nacional”, es decir cómo está el país y no cómo creemos que está. Es esa realdad la que determina la vida ciudadana y su situación económica y social, lo otro es propaganda con la finalidad de permanecer en el poder, no importa cuánto se miente.
El autoengaño es el enemigo de la verdad y nos lleva siempre a tomar medidas equivocadas, ya que esas medidas están precisamente basadas en la falsedad de la realidad. En el caso de los gobernantes, la responsabilidad es mayor, pues sus decisiones afectan a todos los pobladores de un país, que requieren de un “buen gobierno” en aplicación de sus Derechos Humanos.
El cuadro de deterioro de la economía, requiere que, oportunamente, los gobernantes tomen medidas urgentes, para interrumpir el proceso de crisis, que como todo proceso tiene un inicio y un final, que lamentablemente suele ser catastrófico, como sucedió en el gobierno de la UDP. Tomemos el ejemplo de Paz Estenssoro, cuando tomó medidas “heroicas”, que pusieron fin al cuadro de deterioro fiscal en 1985, que podría haber llegado a un cuadro inflacionario del 25.000%, luego de su discurso “Bolivia se nos muere”.
Estamos a tiempo para tomar esas medidas “heroicas”, de dejar de subvencionar los carburantes y todas la subvenciones; determinar el precio real del dólar americano; con una estricta política de “austeridad”, que corte el excesivo gasto fiscal, en especial en salarios a miles de empleados públicos improductivos, que consumen el presupuesto fiscal; dejar de lado las millonarias inversiones en empresas estatales, como las más de medio centenar, que son improductivas y deficitarias en su mayoría, y en especial una verdadera política anti corrupción, en especial en el aparato administrativo del Estado.
El autor es Abogado, Politólogo, Escritor y Docente universitario.