Es evidente que, desde siempre, y hasta la actualidad, la riqueza mundial está en manos de pocos, como lo hicimos conocer en una nota anterior con base en datos oficiales de la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT). Fue su subdirectora general, Mamela Tomei, quien hizo saber que las personas más ricas del orbe son un 10% del total de la población mundial, y hoy se llevan el 52% de la renta del mundo, mientras la mitad más pobre apenas obtiene el 6,5 por ciento. Divulgó esas cifras en la mismísima Naciones Unidas.
Y todo se complicó más por la pandemia del virus chino que –se originó allá– ocasionó unos siete millones de muertes en el planeta. Hablando de nuestro país, sumió en mayor pobreza a nuestra gente y precipitó la virtual destrucción de empresas y fuentes de empleo, lo que hizo crecer las desigualdades aún más en el campo económico, y las oportunidades se achicaron para gran parte de la población boliviana, dando como resultado: mayor número de trabajadores pobres, lo que tristemente va en aumento. Claro que esto también sucede en la mayor parte de naciones de la tierra, y de ahí que todavía estén en proceso de recuperación. En Bolivia la economía informal ha podido absorber a mucha gente carente de empleo, uno de los problemas más lacerantes, y hasta ya se dice que “hay más vendedores, que compradores”.
Ese panorama ocasionó que, fuera de la angurria humana que siempre existió, se trate de lograr dinero a como dé lugar, mejor si es mucho, en esta época en la que al parecer casi todo se ha desbocado, ya que, desde algunas esferas públicas, incluso de alto nivel, hasta segmentos de la propia sociedad, llegaron a conformarse grupos dispuestos a “hacerse las Américas”, sin reparar en nada y menos medir las consecuencias. Entonces, el contrabando de lo que fuere, combustibles, motorizados, ropa usada, productos agropecuarios, etc., además de la cuasi “institucionalización” de la “coimisión” y “mordidas” en gran parte de los estratos sociales, vienen a constituirse en algo cerca de lo normal, ante la propia indiferencia de la población.
Por ello, a las autoridades gubernamentales les queda una gigante y ardua tarea por realizar, con el fin de revertir este estado de cosas que carcome sin pausa la estructura moral de la colectividad nacional. A no dudarlo, que al frente tienen una titánica batalla que enfrentar, con patriotismo y coraje se entiende, para vencer en bien del país y los bolivianos, ya que no se puede permitir que grupos de antisociales o consorcios ya conformados se hagan de muchísimo dinero “a como dé lugar”, violentando todo lo que está a su paso.
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