Bolivia, al igual que muchos países en el mundo, no estaba preparado para afrontar esta pandemia, pues con un sistema de salud precario, sin recursos humanos, sin equipos de bioseguridad ni medicamentos, parecía un campo de batalla desolador. Mientras las autoridades recurrían a la ciencia para frenar la letalidad del virus.
Cómo nunca antes las Unidades de Cuidados Intensivos (UTIs) estaban ocupadas con pacientes no precisamente en estado crítico, sino con la nueva enfermedad conocida como coronavirus. En la primera ola muchas personas no tuvieron la suerte de llegar a tiempo para salvar sus vidas, hubo quienes murieron en la puerta del hospital en espera de un espacio para ingresar.
Los especialistas en Medicina Crítica y Terapia Intensiva sin duda fueron mudos testigos de cientos de despedidas por una videollamada antes de que un familiar sea intubado y no pueda comunicarse. Otras veces fueron los médicos quienes ingresaron como pacientes para salvar sus vidas algunos vencieron a la enfermedad, pero otros ofrendaron su vida por salvar otras.
Conozcamos algunas de estas historias de los médicos sobrevivientes del Covid-19, a quienes debe rendirse un merecido homenaje por el valor que tuvieron para salvar tantas vidas y no rendirse frente a la adversidad. Y en este 21 de septiembre, en el que se conmemora el Día del Médico Boliviano, darle un agradecimiento especial por tan loable labor.
Enfrentaron al Covid-19
Adrián Ávila, tiene la especialidad en Terapia Intensiva y ocupó el cargo de presidente de la Sociedad Boliviana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva el 2020, mostró su solidaridad con la población de La Paz, El Alto, Beni y Santa Cruz durante la primera ola de Covid-19.
“Me contagie con el virus en La Paz, atendiendo a los pacientes, pues todo estaba colapsado porque no había muchos intensivistas, pese a que muchos lo relacionaron con mí viaje al Beni. Me infecte en la segunda ola, justo en septiembre. Las manifestaciones eran distintas, no tenía fiebre, sólo dolor de espalda y malestar en las noches. No tuve muchos síntomas”, recordó Ávila.
Dijo que al realizarse una tomografía recién se percató que tenía una complicación en su pulmón, que llegaba a un 70 por ciento de compromiso, razón por la que muchos de sus colegas le pidieron que se internara. Así comenzó el proceso de la enfermedad que fue una etapa dura de sobrellevar por el riesgo que implicada el contagiar a su familia.
“Me comencé a descompensar y con el equipo que tenía en casa me hice un monitoreo. Me puse boca debajo de panza para realizar los ejercicios de respiración, me oxigene de manera intermitente y me encomendé a Dios, porque los hospitales estaban colapsados y aún no estaba con todos los criterios para ingresar a una terapia intensiva”, explicó el especialista.
Agregó que su esposa, que es enfermera y bioquímica, lo cuido durante todo el tiempo que permaneció en aislamiento. Un tiempo duro que tuvo que afrontar al sentir lo que muchos bolivianos estaban viviendo en ese momento, la impotencia de no contar con un sistema de salud con mejores condiciones para ser atendido con dignidad.
“Luego de un mes de convalecencia comencé a mejorar y me puse a trabajar nuevamente para ayudar a la población”, concluyó Ávila.
Mientras Edwin Rodríguez, con especialidad de Medicina Familiar y en la actualidad trabaja en el Hospital Obrero No. 5 en Potosí, se contagió del virus al igual que muchos de sus colegas, pero tuvo la fortuna de vencer esta enfermedad.
El especialista supone que se contagió cuando ayudaba a un colega suyo que llegaba de otro país para ayudar a su padre que estaba muy grave, debido a la burocracia en las fronteras demoró en llegar y su familiar se había descompensado mucho, y justo cuando ya se lo iba a trasladar a otro centro médico murió por un paro cardíaco.
“Recuerdo que en ese evento baje las medidas de seguridad y pocos días después comencé a tener un poco de sudoración, fatiga, sensación de falta de aire y debilidad en las piernas. Pese a que mi saturación de oxígeno en el oxímetro era normal. Por ello al día siguiente hable con las autoridades para reportar lo sucedido”, explicó el especialista.
Agregó que en hospital, por rutina, se hace una prueba de Elisa y en forma particular otra prueba PCR. Horas más tarde en la primera prueba dio positivo y desde ese momento se aisló en su departamento junto a su esposa, extremando medidas de limpieza y ventilación.
“Estuvimos dos semanas y los colegas al enterarse nos llamaban para darnos muestras de apoyo moral, pues una de las característica de esta enfermedad es la depresión. Tuve dolor de cabeza insoportable, calambre, perdida de olfato y gusto. Tomamos la medicación recomendada e incluso recurrimos a los tradicionales mates”, acotó Rodríguez.
Finalizó indicando que luego de 3 semanas tuvo una tos bastante fuerte, que pudo controlar, y finalmente para los 28 días se hizo otra prueba antes de volver a sus labores diarias, claro está con ciertas secuelas que la enfermedad deja como palpitaciones, temblores e incluso disminución de la memoria.
