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Largueza en dar y mesura en gastar


 

La gran crisis causada por el coronavirus, a nivel de casi todos los países del mundo, ha conllevado el hecho de que la economía se ha complicado seriamente y nadie, por mucho o poco que tenga, está exento de sufrir consecuencias. Esta es la realidad que ha complicado tanto a las naciones ricas como a los organismos financieros internacionales: los unos, ricos y desarrollados, acostumbrados a disponer de excedentes presupuestarios o excesivas sumas dedicadas al pago de impuestos, por lo que destinaban determinadas cantidades para ayudar a los países pobres y subdesarrollados, ya que han tenido la oportunidad de comprobar los excesivos grados de pobreza existentes en el Tercer y Cuarto Mundo que conforman casi el 65% de la humanidad; los otros, los pobres, que se debaten en pobreza por carencia de fuentes de producción y generación de empleo, consumidores de tecnología externa, imposibilitados de contar con fuentes de ahorro que les permitan disponer de remanentes destinados a la inversión; carentes de infraestructura de salud y de educación, que los obliga a tener solamente una instrucción deficiente y sistemas de salud alejados de lo que como seres humanos deberían tener.

Se puede decir que estos extremos han distorsionado totalmente la vida en unos y otros países; han cambiado estructuras y hasta intenciones o formas de vida porque los unos no saben ni entienden cómo actuarán en el futuro con sus excedentes, dada la nueva situación de crisis en todo sentido y, los otros, los pobres, más alejados de una realidad que siempre los perjudicó y que ahora no sabrían qué hacer y cómo disponer de ayudas que reciban, especialmente por las formas anárquicas que han tenido en el pasado para actuar con equidad y ecuanimidad. Con dineros que siempre han sido manejados por los gobiernos y casi nunca destinados a obras de desarrollo y alivio de la pobreza, ya que fue todo, simplemente, una “distribución inequitativa” de lo recibido de países ricos y organismos internacionales.

Ambas partes, dadores de ayudas y receptores tendrán que cambiar formas de actuar y procedimientos, para que estén de acuerdo con realidades que hoy vive el mundo y que son totalmente diferentes a las vigentes en el pasado. Tienen que ser métodos o sistemas basados en principios de equidad y que tengan objetivos claros, como ser la inversión en fuentes productivas que den empleo y cuya producción les sirva tanto para el consumo interno como para las exportaciones con miras a lograr la obtención de recursos para inversiones que los ayude a contar con una economía propia y capaz de generar riqueza que pueda ser básica para una diversificación.

Uno de los mayores objetivos radicaría en la administración e inversión de los recursos que no estén en manos gubernamentales, que sean manejadas por profesionales capaces, idóneos y con alto sentido de honestidad, honradez y responsabilidad para evitar que la corrupción invada esas fuentes de riqueza. Finalmente, tendrá urgencia superlativa el que los dadores de ayudas y los recipiendarios (receptores o beneficiados) actúen con mucha responsabilidad y bajo controles muy estrictos, que los dadores tengan largueza con lo que dan y los receptores mesura en los gastos e inversiones.

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