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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Ofrendas de cultura


La tarde del 22 de septiembre me encontré con Carlos Mesa en un salón velatorio de la funeraria Santa María. Eran las honras fúnebres de Guillermo Bedregal, que había fallecido un día antes, el 21. No hablamos de política porque hasta entonces yo, como casi todos los bolivianos, ignoraba que solo unos días más adelante Mesa lanzaría su candidatura a la Presidencia. Así que nos sentamos al lado de los dolientes y, con el féretro y la capilla ardiente frente a nosotros, comenzamos a hablar -como tantas otras veces lo habíamos hecho- sobre libros, el destino que corren las bibliotecas de los difuntos, y en particular, de las bibliotecas de Bedregal y la de sus padres, José de Mesa y Teresa Gisbert.

¿Cuál es el mejor destino de una colección de libros? Recuerdo que una mañana de enero de 2016 conocí la biblioteca de Carlos. No era tan abundante, pero sí selecta. Más selecta que la de Guillermo, por ejemplo, ya que en la del político del MNR había textos prescindibles y folletos de ocasión; pero eso sí, había de todo. En la de Mesa hay principalmente historia y literatura. Y en la de José de Mesa y Teresa Gisbert, según me contaron, textos de arquitectura y arte especializados.

La formación de una biblioteca es un verdadero acontecimiento para quien va reuniendo libros no solamente con un afán de lectura, sino con amor de bibliófilo que sabe el valor que a través del tiempo adquiere el papel impreso. En una biblioteca no solo hay libros, sino también revistas, folletos, boletines, papeles desperdigados y sueltos pero valiosos, recortes, hojas arrancadas, documentos y manuscritos de todo tipo que contienen desde memorias sentimentales hasta confesiones políticas que en un tiempo fueran secretas.

La biblioteca de Guillermo se fue a incorporar a la de la Universidad Católica de La Paz; la de la pareja Mesa Gisbert, a la que está en los repositorios administrados por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia. Aquélla colección irá a enriquecer a los estudiantes; ésta, a los investigadores en general. Pero lo triste es que a veces las bibliotecas no corren la mejor de las suertes, y es que el donarlas a universidades (como fue el caso de la primera) no es garantía de que sean utilizadas y aprovechadas por los estudiantes como se desearía. Lo que justamente hablábamos con Carlos aquella tarde, era que la donación de una colección de libros debiera preceder sí o sí a un proceso de selección y catalogación de la misma, con el fin de que los libros sean separados y clasificados, para luego ser llevados, en caso de ser necesario, a distintos lugares especializados. Pues el antropólogo irá a una determinada biblioteca especializada; el literato acudirá a un lugar donde sabe tienen libros seleccionados; el sociólogo visitará un estante con libros de su disciplina exclusivamente; lo mismo ocurrirá con el abogado y el historiador. Así, al donarse grandes bibliotecas, se debiera tener en cuenta que algunas veces, por el bien tanto de los libros cuanto de las personas que los consulten, aquéllas deberán desintegrarse o dividirse, para que cada una de sus partes vaya a un lugar determinado. Lo bueno es que la biblioteca de los Mesa Gisbert fue a parar a un lugar donde se tomó en cuenta todos estos criterios que hemos apuntado.

En un salón de esa hermosa e imponente construcción que es el Museo Nacional de Arte, en el corazón de La Paz, la noche del 14 de febrero se hizo una ceremonia en la que se hizo entrega de la biblioteca y colección de obras de arte de José y Teresa al Estado boliviano. Pero además se presentó el libro Iconografía y mitos indígenas en el arte, de Gisbert, un texto que sirve de perspectiva histórica para entender que la historia no es un cuento de villanos contra querubines y que desbarata la idea de un mundo maniqueo de oprimidos y verdugos. Una ventana para entender la complejidad del mundo andino.

Y así, la donación de una biblioteca es mucho más que solo un acto de altruismo.

El autor es licenciado en Ciencias Políticas.

 
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