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Cuentos verídicos

Arami, la jaguar

Yuri Mirko Ríos Madariaga


Arami es una voz guaraní que significa “pedazo de cielo”. Aquí, juega con su mamá.

Arami, la felina manchada está en grave peligro de extinción. No lo imaginaba, pero su corazón lo presentía. Hace mucho que no avistaba u olfateaba a ninguno de su especie. No obstante, tenía en mente otros asuntos importantes que solucionar. Su estómago estaba vacío y buscaba un nuevo territorio. Hace poco se independizó de la protección y el calor maternal.

El trópico cochabambino le vio nacer (noroeste del Parque Nacional Carrasco). Tuvo un hermano (Arandu) con quien compartió aventuras y travesuras hasta la adolescencia. Su mamá fue ejemplo de lealtad y sacrificio. Siempre estuvo lista para defenderlos de cualquier peligro, aún a costa de su vida. Aprendieron de ella sus técnicas de caza y juntos las practicaron hasta perfeccionarlas.

Un día salió de sus dominios. El tronar de las corrientes, la cálida brisa y el canto de las aves, de momento, eran su compañía. Dejó que su instinto de supervivencia la guiara. Apareció en una orilla abrupta del río Ivirizu. Desconcertada murmuró: “¿más represas?”. En efecto, pronto habría una represa. El Proyecto Hidroeléctrico Ivirizu adquirió fama y causó repercusión en la esfera ambiental cuando en agosto de 2017, una empresa china se adjudicó su construcción con una inversión de ¡550 millones de dólares!, pero ¿en un área protegida? Arami respiró profundamente y acotó intranquila: “la represa matará o ahuyentará a mis mejores presas, además los chinos ingresarán libremente y me perseguirán, pues darán cualquier cosa por poseer mis garras y mis colmillos”. Más razones para abandonar el lugar.

Las hormigas cortadoras de hojas desfilaban a su lado como soldados en miniatura, mas no le llamaban la atención. En su corta vida ya vio demasiadas. Repentinamente el cielo descargó su furia contra el verdor del bosque. Su preciada piel se mojaba sin remedio. Le daba igual, total, no le temía al agua, era una experta nadadora. La tormenta amainó. Arami continuaba incansable sin percatarse de un gran detalle. Sus profundas huellas marcadas en el fango la delataban. Tuvo suerte, los cazadores furtivos tomaron otro rumbo, sino el desenlace sería otro y apenas lo sospechaba.

El calor húmedo poco a poco se apropiaba del entorno. Recordó lo que le sucedió a una “tía” consanguínea. Fue asesinada cobardemente por defender a su cachorro. No concebía semejante atrocidad. Luego pensó en su “primo”. “Yo ¿mascota? ni muerta”, expresó en voz baja. Amaba la libertad como cualquier ser vivo. En junio de 2017 en Eterazama, un traficante de vida silvestre ofertaba en la internet a su “primo”. El individuo fue detenido preventivamente y el pequeño enviado a un centro de custodia de Santa Cruz.

Arami marchaba sin descanso. Su mamá le dijo que en el norte estaban las tierras mejor conservadas (en franca alusión al TIPNIS), pero en medio había un gran escollo que sortear: la carretera, donde se asentaba el hombre, su mayor enemigo.

A medida que avanzaba, veía como sus últimos reductos naturales eran destruidos. Las presas grandes ya escaseaban. Los lugares donde antes deambulaba con su familia para ca-zar lo que se le antojara, cambiaron y se reducían en el más absoluto silencio. La monstruosa deforestación conquistaba tierras vírgenes a favor de los cocales y el ganado. Nada podía hacer, la impotencia la dominaba. Se enteró de que Pando y San-ta Cruz eran los departamentos responsables de la mayor deforestación jamás vista en el país ¡Qué barbarie!

De nuevo su memoria la castigaba sin clemencia. Esta vez era el caso de un “pariente” lejano. Fue visto rondando la avenida G-77 de la ciudad Santa Cruz en febrero de 2016. La prueba del “crimen”: fue captado en la noche por cámaras de seguridad. Sin duda, una acción muy riesgosa y desatinada. En noviembre del mismo año atacó a una yegua y se llevó a su potrillo. Fue su sentencia. Obviamente, ya no tenía comida ni cubierta boscosa que lo proteja. Sus antiguas posesiones fueron invadidas y arrasadas. Un comunario indicó: “pido igual que lo cacen porque no queda más, sino este animal es un peligro”. Luego de esta declaración nadie supo más de su “pariente”. Arami imaginó que corrió la misma suerte que muchos de su especie. Continuará…

 
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