Cifras, errores diagnósticos y consecuencias

Carlos Presman

Es frecuente que los médicos cometamos el error de transformar datos, números o información en un diagnóstico clínico. Así confundimos una cifra de glucosa con diabetes, o de presión arterial con hipertensión o de peso corporal con obesidad. Se omite un procedimiento esencial de la buena praxis que es el razonamiento clínico, el rol del médico. Se tiene que pensar si ese valor de glucosa es en ayunas, si la presión arterial es en reposo o el peso corporal es de un varón atlético de dos metros o de un paciente con bypass gástrico. En fin, incorporar el dato, la información, al paciente y recién allí pensar si es normal o patológico, si está sano, enfermo o realiza de manera eficaz su tratamiento.

Luego de procesar la biología de la información médica debemos sumarle la biografía de ese ser humano y complejizarlo en su entorno afectivo y social. Recién después de este proceso cognitivo que requiere de una escucha aguda con una personalizada historia de vida, podemos acercarnos al diagnóstico y consecuentemente a las opciones de tratamiento.

Cuando se analiza cifras de colectivos de personas y no de individuos, el proceso es igualmente complejo. Por ejemplo los números de la mortalidad por gripe, por neumopatía infecciosa, por intoxicación con monóxido de carbono o por frío. Un aumento desmedido respecto de años anteriores debe convocar a los ciudadanos, a los profesionales de la salud y a las autoridades sanitarias a pensar en los motivos de estas cifras, a analizar la multicausalidad de los procesos de salud/enfermedad y tomar medidas preventivas que reviertan indicadores trágicos de morbi-mortalidad que se disparan de manera inusitada. En términos sociales debemos repasar de manera vital los aspectos constitutivos de la salud, la vida y la muerte en una población, en un sitio determinado, en un período estacional, cultural e histórico. El ser humano requiere para vivir de aire, agua, alimentación, abrigo y afecto. Sin estos cinco elementos no es posible la vida ni la continuidad de la especie.

El primer Director General de la Organización Mundial de la Salud afirmó, en 1944, que “ahora se acepta de forma generalizada que la tasa de mortalidad por tuberculosis pulmonar es un índice preciso de la situación social de una comunidad”. O sea, una enfermedad respiratoria como indicador de la situación sanitaria de un país. En lo que va del año el Ministerio de Salud de la Nación informó sobre 200 muertos por gripe en Argentina. Si el virus es el mismo y las personas también, es evidente que lo que cambió elevando la mortalidad a cifras angustiantes es el entorno, el clima y la calidad de vida. Reducir el diagnóstico al frío o al precio del gas únicamente es un reduccionismo que denota precariedad intelectual o mala fe.

En Córdoba, existe una fuerte evidencia de que murieron literalmente de frío decenas de personas. ¿Quiénes son los que mueren de frío? ¿Dónde habitaban y en qué condiciones? ¿Respiraban aire limpio o con monóxido de carbono? ¿Cómo se abrigaban ante las inclemencias del otoño/invierno? ¿Qué alimentos consumían habitualmente? ¿Vivían solos, trabajaban, en qué oficio? Podríamos seguir interrogándonos para llegar al perfil epidemiológico de los muertos por el frío, cuando en realidad debiéramos hacernos una sola pregunta: ¿Vivían en condiciones de pobreza?

Rudolf Virchow, médico alemán fundador de la patología celular, trabajaba a fines del Siglo XIX con Roberto Koch el descubridor del bacilo de la tuberculosis que lleva su nombre. Entre las afirmaciones más célebres de Virchow se destacan: “Más le temo a la pobreza que al bacilo de Koch. La medicina es ciencia social, y la política no es otra cosa que medicina en gran escala”.

Quienes practicamos la medicina podemos equivocarnos y a veces ese error le cuesta la vida al paciente; los políticos, cuando aplican medidas que desatienden a las personas más vulnerables, también se cobran vidas por decenas y centenas…

El autor es médico y escritor.

ccs@solidarios.org.es

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