[Erika J. Rivera]

Sin distinciones de clase, lejos, en el país de la libertad


Sin distinciones de clase, lejos, en el país de la libertad son palabras reiteradas en la novela satírica de Diego Loayza y Mario Murillo titulada La isla trasnochada (La Paz: Plural, 2016; 265 pp.), que despierta un claro interés sociológico. En esta obra se entrecruzan varios personajes y temáticas en un determinado espacio, articulados por un horizonte en común: una nueva vida muy lejos, fuera de nuestra realidad convulsionada. En el desarrollo de esta sátira surgirá todo lo contrario a la idea de una comunidad con un objetivo en común. El texto describe las miradas de los individuos que poseen los mismos acomplejamientos de siempre, aunque creen ser la élite absoluta de la sociedad boliviana. La novela nos muestra cómo los privilegiados tratan a los otros, es decir a los no privilegiados como si éstos últimos fueran distintos e indignos de pertenecer a su grupo social.

Este texto expresa la tensión de nuestra sociedad escindida entre el mundo moderno como paradigma civilizatorio y nuestra realidad cotidiana. La trama se centra en cómo los diferentes estratos se enfrentan a esta realidad: desde la violencia hasta el aislamiento que sin soluciones estructurales simplemente nos llevan a la decadencia y aniquilación de nuestra existencia como sujetos íntegros. Esta novela es una interesante propuesta para preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo. Los autores nos presentan como personaje central a Janvier Rocha, quien refleja lo que hoy podríamos llamar el parámetro de un ejecutivo exitoso: el ideal de todos los que persiguen este modelo de vida. Janvier [sic] posee un cuerpo esculpido, un individuo sin barriga, algo muy importante en nuestro tiempo. Este personaje representa los ideales de progreso y el individuo que es capaz de llevarse el mundo por delante porque está hecho para la eficiencia y la eficacia, en un mundo de mercado con valores frívolos y consumismo superfluo. Para ese estrato social este personaje representa el amor propio y el reforzamiento de la autoestima: gente aparentemente inconformista con metas elevadas que busca el éxito sin tapujos.

La novela nos provoca una repulsión ética, nos conmueve y nos interpela tal vez cuestionando nuestra cotidianidad superficial sin importar la edad, la profesión o el estrato social. Muchos de los problemas son intergeneracionales y domésticos y forman parte de la cotidianidad que debemos enfrentar como reflejo del tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir.

Después de cinco capítulos de presentación de los personajes, sus gustos, sus antecedentes laborales y sociales bajo su aislamiento voluntario en aras de un destino mejor, los miembros de la pretendida élite de los modernos se dedican a despilfarrar sus recursos en fiestas bacanales, esperando la llegada de un hipotético convoy que los llevará a un mejor destino. La novela nos muestra que cuando se trata de asumir responsabilidades realmente serias, no existe ninguna comunidad exitosa, porque nadie quiere ensuciarse las manos. He ahí a los escogidos, los finos, los privilegiados, que son pintados como parásitos, inútiles y sucios, que en su elocuencia creen que solo están hechos para faenas administrativas, logísticas y ejecutivas mientras se hunden en la mugre y la basura. Es el despliegue de la total decadencia porque llegan a convivir hasta con las ratas. Es, en el fondo, un estrato social parasitario que solamente genera basura a través de un consumo masivo y superfluo. No quieren ensuciarse las manos porque ellos se consideran superiores, y así terminan conviviendo en la suciedad.

Finalmente esta es una novela sociológica que trata acerca de la estratificación social del presente (Siglo XXI). Muestra los prejuicios sociales de un sector adinerado, personajes acomplejados que tratan de probarse a sí mismos que son exclusivos. Es una obra que contribuye a la comprensión de ciertos sectores como reflejo de lo boliviano, que existen y con los cuales tenemos que convivir, aunque la constelación global no nos guste. La gran habilidad de representación de los personajes nos permite comprender este texto literario pese a que seamos ajenos a ese entorno social. Es un buen aporte para reflexionar sobre los complejos y traumas bolivianos, visibilizando además la posible superación de patologías. Esta construcción crítica entre realidad y ficción es rescatable para la toma de conciencia y para ponerse a uno mismo en cuestionamiento. Antes de criticar y exigir al boliviano en abstracto, afirmando que este país y su gente no sirven para nada, esta novela nos enseña que primero debemos aprender a exigirnos a nosotros mismos.

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