[Domingo Loza]

La gran mentira


En Antofagasta, el 14 de febrero es celebrado como el día de la fundación, no como el día de la invasión chilena a territorio boliviano. He visto fuegos artificiales, la gran parada militar del Regimiento Rancagua, y el alborozo de la población con fiestas y bailes.

Quedé sorprendido por la gran mentira mentalizada por las burguesías gobernantes de Chile. Pero para consuelo de los bolivianos que queremos ver una tierra que fue nuestra, quedan los viejos letreros, señalando la calle Bolívar, el cuartel de bomberos, el Banco Nacional, y otros vestigios que ensombrecen y alumbran el espíritu latente de la reivindicación marítima. Ese camino nos lleva a serias advertencias sobre el presente y futuro de nuestra Patria mutilada.

Las evasivas y obstrucciones de los gobernantes chilenos, en todos los tiempos, para no reconocer ni enmendar el latrocinio cometido en 1879, se deben a su avaricia para apoderarse de patrimonio ajeno. En 1863 saquearon las guaneras y el salitre de Mejillones. Bolivia reaccionó, pero aprovecharon la subida al poder de Mariano Melgarejo, como confiesa Francisco Valdez Vergara: “El tratado de 1866 fue arrancado a Melgarejo en una noche de borrachera” (La Guerra del Pacífico, El Mercurio, Santiago de Chile, 25 de agosto de 1911). Debemos agregar que las lisonjas –ahora mediante lobbys- y el nombramiento de Melgarejo como General del ejército chileno, llevaron a la medianería económica y al comienzo del desmembramiento de Bolivia.

Peor, hasta hoy sirve para que Chile sostenga falsos derechos, que son nulos por su origen corrupto y codicioso: “Ninguna nación americana puede compararse con Chile sin ofensa para su moral en el terreno de las conquistas. Nadie en el mundo ha abusado más de la victoria. No hay ejemplo de una guerra más lucrativa para el vencedor que la del Pacífico (editorial de EL DIARIO de 7 de diciembre de 1986).

La guerra de la codicia, anteladamente preparada con los recursos de Mejillones, financió la construcción en Inglaterra del buque blindado más poderoso y moderno de esos tiempos: “Blanco Encalada” y otros que bombardearon la ciudad indefensa de Antofagasta el 14 de febrero de 1879.

Sí, inculcan a los niños chilenos que en esa fecha fue fundada Antofagasta, y el infundio se transmite de generación en generación, ocasionando una debacle histórica, social y económica, que siempre afectará a la comprensión y entendimiento entre los dos países.

En ese sentido, es constructivo leer el libro “El mar de Bolivia” de don Cástulo Martínez, honesto ciudadano chileno que en el prefacio de su obra dice: “El propósito de este libro no es abrir más las heridas dejadas por la Guerra del Pacífico, una guerra terrible tal como son las guerras entre hermanos, sino ayudar a cicatrizarlas. Y solo cicatrizarán cuando Bolivia tenga una salida soberana al océano Pacífico. En vano nos adormecemos con la errónea idea de que a Bolivia nada le debemos. Le debemos un puerto” (Cástulo Martínez, Arica, Chile, agosto de 1989).

Analizando esa auténtica verdad de los hechos de la guerra, es justo y necesario que nuestros gobernantes, bajo una doctrina establecida, ordenen la edición oficial del libro “Guano, salitre, sangre” del gran patriota Roberto Querejazu Calvo. También el Ministerio de Educación debería hacer conocer al pueblo la película “Amargo Mar”, que se refiere a la detentación por la codicia y ambición.

Desde los tiempos del Mariscal Andrés de Santa Cruz, Chile con la doctrina de Diego Portales trató de destruir a Bolivia y con esa persistencia tiene en la mira el litio de los salares de Uyuni. Ya se apropió de las aguas de los ríos Lauca, Mauri y los manantiales del Silala, de incalculable valor. Augusto Pinochet pidió a los chilenos: “Abarcar y tener espíritu de montaña”. Nuestros ferrocarriles en la misma capital, La Paz, ya fueron desmantelados y destruidos.

Los carnavales de la hermosa juventud no deben adormecer el deber cívico. Persisten las luchas intestinas. Todo esto nos trae el amargo recuerdo de que un 14 de febrero, martes de challa, los chilenos calcularon nuestra idiosincrasia para atacarnos y perdimos el Litoral. Parece que la historia se repite.

Añorando Antofagasta en el fatídico día de la invasión, meditemos en qué sacrificios tendrá que hacer Bolivia para recuperar su salida al mar. Hay que dar un nuevo predicamento a la juventud para combatir desde la raíz todas las mentiras que sustentan la injusticia y la voracidad araucana.

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