(Tercera parte)

Anécdotas de mi tierra

Yuri Mirko Ríos Madariaga


Ladronzuelos chiquititos y peluditos me interceptaron y todo confianzudos empezaron a revisarme y a “meter mano” en todos mis bolsillos, estaba paralizado.
 GALERÍA(2)

Desde la cumbre antes de que el bus gire definitivamente al noroeste, a modo de despedirme momentáneamente de la Llajta, le eché un último vis-tazo estirando y girando el cuello detrás de la ventanilla; la gigantesca mancha amarilla sobresalía en la oscuridad haciéndole competencia al cielo estrellado. Antes de pasar por Colomi, un santuario “bien pintudo” con luces llamativas que me hacían re-cuerdo en algo a Urkupiña se interpuso en el camino, inmediatamente después me pregunté ¿será éste el famoso Santuario de Melga? Más allá, la gigantesca represa de Corani se vislumbraba negra y anunciaba el fin del bosque de pinos y eucaliptos para cederle el paso a la vegetación subtropical. El calorcito ya se dejaba sentir e insinuaba que era hora de encender el aire acondicionado.

Desperté en la madrugada y el bus corría en una población totalmente iluminada y –a esa hora– con todos los negocios cerrados. “Seguro debo estar en Yapacaní o Montero”, pero miré el reloj del celular y marcaba las 02:30….imposible que se haya avanzado tan rápido. Seguimos el viaje, entonces vi una escena del paisaje que me hizo recordar –justo en el momento de cruzar un puente que se alza sobre un río (Espíritu Santo o San Mateo)– que dicha población no podía ser otra que Villa Tunari, el punto de origen del río Chapare. Gratos instantes regresaron a mi mente cual si fuera un álbum de foto-grafías. “Señor por favor deje sus pertenencias, joyas y dinero en este casillero”, no entendía porque me hablaba así el voluntario del Parque Machía, “total, cleptómanos en este lugar no creo que hayan”. Transcurría marzo de 2006, la mañana estaba parcialmente nublada (la noche anterior había llovido) y la temperatura húmeda poco a poco subía en el ambiente. Sorpresivamente –casi al inicio de la caminata– cuatro o cinco ladronzuelos chiquititos y peluditos me interceptaron y todo confianzudos empezaron a revisarme y a “meter mano” en todos mis bolsillos, estaba paralizado. Al no encontrar nada uno de ellos clavó su vista en la cantimplora que agarraba en la mano derecha, forcejeamos un rato, pero al notar que me resistía a soltarla, comenzó a pellizcar mi mano. “¡Devolveme….!” le grité al enanito, en un pestañar corrió y trepó un árbol cerca-no; abrió la cantimplora haciendo girar la tapa y como un tragaldabas ingirió el líqui-do para luego perderse en la espesura del bosque (era un mono ardilla). Hasta nunca le dije a mi cantimplora (un recuerdito del SAR).

En 2009 el Municipio de Villa Tunari autorizó la apertura de un camino a un lado del parque para beneficiar a cocaleros de una comunidad aledaña. Con maquinaria pesada e incluso a machetazo limpio abrieron la vía, sin respetar acuerdos ni toman-do en cuenta el daño ecológico irremediable que estaban ocasionando. La inglesa Jane Goodall, primatóloga reconocida mundialmente y que coincidentemente se encontraba de visita en el país, al respecto dijo: “es una lástima perder parte del par-que por una vía”. El Parque Machía a través de la Comunidad Inti Wara Yassi tiene como objetivo fundamental el cuidar y re-habilitar animales que han pasado por un común denominador: ser víctimas de la ambición y el maltrato humano. El parque alberga diversas especies de aves, mamíferos y reptiles que están a la espera de ser reinsertados –si es factible– en la naturaleza. Pese a la desgracia, el Machía no pierde el esplendor de antaño.

El amanecer por fin asomaba tímida-mente sobre el cielo montereño, aún somnoliento me di cuenta que ya estaba en el Norte Integrado del departamento de San-ta Cruz, que emerge como preludio de la urbe más pujante y con mayor crecimiento demográfico del país: Santa Cruz de la Sierra. El Norte Integrado comprende las provincias Sara, Warnes, Ichilo y Obispo Santiestevan, se caracteriza por ser una importante región por sus industrias, como ser los ingenios azucareros y arroceros, industrias lácteas y oleaginosas y fábricas de cemento entre otros.

Una lluvia torrencial que no paraba ni disminuía de intensidad me atrapó en ple-na terminal Bimodal, recorría de derecha a izquierda y de izquierda a derecha el espacioso andén inspeccionando los destinos que ofrecían las empresas de transporte. Por un momento me inundaron fuertes deseos de comprar un pasaje en tren a San José de Chiquitos como hace dos años, pero lastimosamente el día y la hora no coincidían con mi agenda. “Entonces mejor me voy a Camiri y de allí paso a Yacuiba”, pero no, era algo irrealizable, no disponía del tiempo suficiente para realizar más viajes extensos, de modo que me quedé con las ganas. Esta terminal como ninguna otra en el país brinda una amplia variedad de destinos finales e intermedios de importancia turística y económica a los cuatro puntos cardinales, es lo que yo diría “el paraíso para los amantes de los viajes”. Y para muestra basta un botón, la ruta al norte: Montero, Portachuelo, Chimoré, Vi-lla Tunari y Cochabamba; al sur: Camiri, Monteagudo, Boyuibe, Villamontes, Yacui-ba, Entre Ríos y Tarija. La ruta al este: San José de Chiquitos, Chochís, Roboré, San-tiago de Chiquitos, Puerto Suárez, San Julián, Ascensión de Guarayos y Trinidad; y al suroeste: La Guardia, Samaipata, Mai-rana, Aiquile y Sucre ¿qué tal?

 
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