(Primera parte)

Anécdotas de mi tierra

Yuri Mirko Ríos Madariaga


Gonzalo posando para la remembranza de sus admiradores en el zoológico de Oruro (2010).

Un día espléndido para viajar –pensé– no lo había hecho en meses, desde el corto paseo a los pies del nevado Huayna Potosí y a la mina Milluni en junio pasado. Un equipaje sencillo y “El coronel no tiene quien le escriba” del recordado “Gabo” serían mis fieles acompañantes por las rutas del país. Estaba listo para enrolarme en una nueva aventura. Pero salir de la ciudad siempre es complicado, es un viajecito extra que hay que “soportar” (trancaderas, esperar a que el bus se llene, pagar en los peajes, etc., etc.), pero la recompensa viene después (como de costumbre).

Un señor ya mayorcito, seguramente bronceado por la escabrosa vida y con una gorrita roja en la cabeza, me agarró de sorpresa cuando me preguntó si ya estábamos cerca de Patacamaya, mi memoria se puso a trabajar….recordé que hace unos minutos había divisado Viscachani (el pueblito de las aguas termales) y que casi inmediatamente después –de norte a sur– le seguía la población rebuscada (es que tantas cosas habían cambiado con eso de la doble vía a Oruro, que me parecía casi irreconocible, pues además habían implementado distribuidores, puentes, viaductos y hasta vacaductos). Volviendo al tema, le respondí como por intuición que ya habíamos pasado Patacamaya hace “poquito nomás”. Sin pérdida de tiempo se incorporó, tomó su “kepi” y corrió por el pasillo hasta dar con la puerta. Los gritos y los duros golpeteos fueron vanos, el chofer del bus no lo escuchaba o se ha-cía el que no lo escuchaba, la insistencia duró unos quince o veinte minutos; comunidades enteras, el cruce a Luribay, Sica Sica fueron quedando atrás y recién en Lahuachaca –si más no recuerdo– el bus se detuvo. Debió haberle agradecido profundamente al peaje. Al verlo desde arriba sobre el asfalto, me apenó su situación, pues si quería volver caminando tendría como compañía a un ardiente amigo: el sol.

Entre estar medio despierto y medio dormido, esperaba que el bus se detuviera en Caracollo para tomar “alguito” (antes era un punto de parada casi obligatorio en ambos sentidos), pero como si de magia se tratara, aparecí directamente en Oruro (ya en el trayecto lo empezaba a sospechar….eso de los cambios efectuados; los islotes blanquecinos de sal combinados con la tierra y la paja brava lo delataban). El Casco del Minero junto a la serpiente, el sapito, el lagarto y las hormiguitas que representan a las cuatro “plagas” de una antigua leyenda (pilar fundamental de la mitología del Carnaval de Oruro), se encargaron de la bienvenida para luego adentrarnos en la ciudad por la Circunvalación.

“Estamos armando la tarima para festejar a lo grande un nuevo aniversario de la fundación de nuestro querido Oruro….estará la Ángela Leiva”, me dijo un señor gordito y bonachón a la pregunta de si habrá convite u otra entrada folklórica o cosa similar en la 6 de Agosto, pues estaba bloqueada o mejor dicho cerrada para el tráfico vehicular. “¡Ah!….debe ser por eso del 6 de octubre”, le comenté denotando mi total ignorancia respecto a la fecha. Mi desorientación inconsciente en el tiempo también era evidente (habían transcurrido ya más de tres semanas a partir del célebre 6). Una indagación pos-terior descifró el enigma, Tomás Barrón encabezó la Revolución libertaria un 6 de octubre de 1810….un poco enredado con lo del 10 de febrero.

Al transitar por la Bolívar vi al “negrito” soleándose y sentado en la puerta de su restaurante, creo que me miró de reojo, pero ésta vez pasé de largo, quizás se acordó de mí cuando en otra ocasión le pregunté si había nacido en Bolivia (es-pecíficamente en los Yungas paceños), lo negó rotundamente afirmando con or-gullo que era peruano y que siempre estaría agradecido con la ciudad de Pagador y con el país. No es por hacerle propaganda, pero su afamado negocio es una buena alternativa para matar el hambre.

“El Gonzalo ha muerto, es que cuando lo trajeron ya era “viejito”….”. Mejor para él –me dije a mi mismo– así abandonó este mundo lleno de maldad y ahora disfruta de un lugarcito reservado en el paraíso junto al Creador. La última vez que lo vi a duras penas caminaba, prefe-ría estar acurrucado. El daño irreparable que le hicieron en su patita izquierda fue obra de un comunario de Caracollo, quien le tendió una trampa para atraparlo (¿para qué? ¿actuó guiado por erróneas creencias?). En 2003, Gonzalo fue res-catado cuando aún era pequeño y tras-ladado definitivamente al ahora denomi-nado “Zoológico Andino Municipal de Oruro”, en donde alivió el dolor de su efímera existencia (algo más de diez años). Y antes de que se me olvide, Gon-zalito fue el cóndor que una vez pudo haber surcado majestuoso los cielos de esta parte de América, truncado fue su designio.

Rumbo a la terminal en un minibús tan deprimente por la estrechez de sus a-sientos, un locutor de radio despotricaba contra las autoridades municipales, tra-tándolos de incapaces y otros califica-tivos similares. “No es posible que mien-tras la ciudad se está inundando con basura y muchos barrios no cuentan con agua y el vecino tiene que padecer y ha-cer milagros para conseguirla levantán-dose en la madrugada, en lugar de solu-cionar primero estos problemas….estos señores se dedican a despilfarrar el dine-ro en obras de maquillaje e innecesarias como la pretendida “revitalización” de la plaza 10 de Febrero”. Escuchaba atenta-mente su discurso —no quedaba otra—al menos así me distraía de una intermi-nable trancadera como pocas veces había experimentado en un día no hábil (en pleno casco viejo). Un pasajero co-mentaba a otro que ya era hora de orde-nar el tráfico mediante la terminación del número de las placas, tal como sucede en las ciudades del eje trocal.

Y ahora a bajar se dijo, desde Confital hasta Parotani. Esa curvita de 90 grados que la ruta ofrece en el desvío hacia Morochata e Independencia (cerca de Vinto), es prácticamente imperceptible cuando se irrumpe en el Valle Bajo de Co-chabamba. Nunca lo había notado hasta que lo vi en el Google Earth. Primero da la impresión que se va directo a la cordillera del Tunari, pero de pronto sin notarlo se está paralelo. La Blanco Galindo es la encomendada para empalmar —de oeste a este y viceversa— tres municipios (Qui-llacollo, Colcapirhua y Cochabamba) y dos provincias pequeñitas, en especial la se-gunda (Quillacollo y Cercado) que engu-llen a los municipios mencionados. A lo lejos se puede distinguir Tiquipaya y la Taquiña.

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