En el mes del amor: Psique y Cupido



La diosa Afrodita y Cupido.
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En la mitología romana, Cupido es el antiguo dios del amor en todas sus variantes, que tras cierto proceso de deformación llega a nuestro tiempo idealizado en un infante desnudo y alado, con arco y carcaj, que dispara sus saetas a los mortales para despertar en ellos amor o pasión; llegando en una versión cinematográfica moderna a cumplir ese rol, un modesto motorizado: el clásico Volkswagen, más conocido en el oriente boliviano como “peta” (o tortuga).

En latín su nombre tiene el significado de deseo ansioso y apasionado, mostrando en una variante el antojo de favorecer y agradar en un afán de inmortalizar el amor. Aunque de modo general se lo consideraba benéfico, en la acepción latina también se emplea la palabra con cierto cariz negativo, por un comportamiento a menudo travieso para tratar de complacer a su veleidosa madre Venus, ya sea como casamentero o disparando flechazos sin atenerse a la predestinación, es decir sin ton ni son, representándolo por esta circuns-tancia a veces con los ojos vendados.

En el mito romano se opera una mutación a partir de la divinidad griega Eros, el hijo del Zeus y Afrodita, de extraordinaria belleza, eternamente juvenil pero inconstante en sus afectos. Su madre, la celosa diosa del amor, indignada por la belleza de Psique, la menor de las hijas del rey de la antigua Hélade, ante la cual las gentes acudían en masa para verla, admirarla y hasta idolatrarla, como castigo decide encargar al hijo le dispare al corazón una flecha para hacerla enamorar del más feo y despreciable de los mortales, pero suce-dió lo que menos podía esperar la a veces perversa diosa, pues en cuanto su hijo vio a la princesa quedó perdidamente prendado de ella, y prefirió encargar al viento de la Aurora (Céfiro) la lle-vara a un delicioso refugio escondi-do en el bosque (a la manera actual de un motel perdido entre la jungla de cemento y asfalto), donde le de-claró su amor en medio de las pe-numbras y bajo el juramento de ella que jamás contaría a nadie lo suce-dido, Eros desapareció misteriosa-mente del lecho al despuntar el alba.

Ante la preocupación por las fugas nocturnas de la hija, el rey decidió acudir ante el oráculo que le dijo ten-dría por esposo un monstruo que atormentaba tanto a los mortales co-mo a los dioses, por lo cual encargó a las hermanas de Psique le hicieran creer que lo que se imaginaba era magnífico palacio atendido por mis-teriosa servidumbre, era un antro y el que al despuntar el alba desapare-cía era en realidad un monstruo, re-comendándole que no lo volviera a ver. Atormentada por el insistente comentario, un día la hermosa Psi-que quiso cerciorarse que su enamo-ramiento no correspondía a la ate-rradora realidad dicha por sus envidiosas hermanas.

Mientras Cupido dormía despreocupa-damente, acercó al lecho y con gratísimo asombro pudo enterarse que su amante secreto era nada menos que el más her-moso de los dioses, pero, para desgracia suya, ese momento la lámpara derramó una gota caliente que al caer en la espalda desnuda del bello Cupido lo despertó. Tras reprender a la joven por la curiosidad que incumplía su promesa frente a la amena-za que le hizo de perderlo para siempre, enfurecido de-sapareció prometiendo no retornar.

El abandono sumió a la princesa en terrible desaso-siego, a tal punto que decide quitarse la vida arrojándose a un caudaloso río, pero sal-vada por el dios Pan bajo su conseja se armó de valor pa-ra partir en búsqueda de Cupido esperando alcanzar su perdón, pero con tan ma-la suerte que en el camino se topó nada menos que con la madre, quien la hizo su esclava y cruelmente le impuso los más humillantes trabajos, orde-nándole un día a bajar a los mismos infier-nos para pedir a Perséfone alguna pócima que renovara sus encantos.

El encargo no tenía otro propósito que la bella joven sirviera de festín al can Cerbe-ro, pero atenida a una voz angelical que le susurraba al oído (la del mismo Cupido que la continuaba amando en secreto) por-tó dos monedas en la boca para entregar al balsero Caronte, y en las manos dos tortas de pan moreno para distraer a la terrible bestia, Solamente así la princesa pudo ver a la mismísima reina de los infier-nos y salir ilesa de los reinos de Hades, pero afuera picada por la curiosidad se le ocurrió abrir la cajita que le entregara Per-séfone y un vapor soporífero la desmayo. Y ocurrió lo que menos podía haber espe-rado, despertar en los brazos de su amado Cupido, quien no queriendo soportar tanta maldad hacia la joven por parte de su ma-dre, pidió a Zeus convoque a todos los dioses para juzgar el caso; y siendo el fallo favorable para la sufrida princesa (o Ceni-cienta, lo mismo da) se le concedió el don de la inmortalidad.

Para finalizar, el mito cuenta que la mis-ma Afrodita reconciliada con la bella joven, tomó parte en las danzas que en la man-sión del Olimpo se celebraron en su honor. En esta historia, se pueden constatar una vez más las maravillas que puede obrar la nobleza de sentimiento, que para los lecto-res de Nuevos Horizontes lo resumimos en una paráfrasis mas acorde a nuestro tiem-po: “el amor tiene sus razones que la Psi-quis humana no puede comprender!”…

 
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