El cuento de hoy:

La vieja mendiga



Una vieja mendiga murió hace unas semanas en un departamento medio destrozado de la avenida Carnot, en la pequeña ciudad de Bastia (Córcega). Cuando la encontraron, porque los vecinos imaginaron que algo andaba mal allí, porque debajo de la puerta salía un olor nauseabundo, hacía ya diez días que había muerto.

Cerca de ella yacía el cadáver de su perrito blanco, muerto de hambre, y cinco toneladas de inmundicias, que ella había recogido, noche tras noche, en los botes de basura, estaban desperdigados por todas las habitaciones.

Todo el mundo la conocía de vista, por supuesto, al menos en aquella colonia, pero nada sabían de ella porque no ha-blaba con nadie, excepto, naturalmente, que era pobre de solemnidad.

Sin embargo, algunos días después se supo que tenía 400.000 francos actuales, es decir, 80.000 dólares, en su cuenta del banco, además, había un cofre lleno de alhajas, siete edificios en Bastia y una propiedad de 80 hectáreas cerca de Porto-Vecchio. Entonces ¿qué misterio ocultaba su historia?

Muy sencillo: su historia, triste historia, por cierto, revela las inverosímiles costumbres que todavía reinaban a principios del siglo pasado en algunas regiones de Francia, Italia, etcétera. Costumbres que disponían a los padres disponer de la libertad de sus hijos, si no les obedecían ciegamente en sus mandatos, inclusive en el amor.

O bien, como hicieron los padres de Angelina Bianchini, secuestrarla durante treinta años porque había osado enamorarse de un hombre casado.

Porque esa fue la triste aventura de Angelina. Como estaba enamorada de su guapo profesor de piano, Franco, y él te-nía ya mujer, la muchacha fue declarada “la vergüenza de la familia” y encerrada en su recámara.

Y no salió de ella más que cuando mu-rieron sus padres, 30 años más tarde. En ese tiempo se había convertido en una auténtica ruina.

Una noche encontró en la calle a un perro abandonado, blanco y pequeño, al que llamó “Franco”, en recuerdo de su único amor. Y cuando Angelina murió, “Franco se dejó morir de hambre a su lado.

Del flaco cuello de la mendiga millonaria, colgaba un medallón en el cual se encontraba un trozo pequeño de papel, amarillento por los años, en el que estaban escritas estas palabras:

“Angelina, te amo para la eternidad. –Franco”.

Tomado de la “Revista de Revistas” el semanario nacional. México.

 
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