Yuri Mirko Ríos Madariaga

Aiquile

A la tierra del charango en bus carril


Colmado de pasajeros y bultos el bus carril se prepara para ingresar a uno de los numerosos túneles de la ruta.
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Viviendas modernas y rústicas entremezcladas de y para todos los gustos, molles, sauces llorones y eucaliptos dispuestos en hileras o dispersos dominan el trayecto desde la avenida Petrolera hasta Sacabamba en el Valle Alto, una planicie de fértiles tierras donde aún es posible contemplar uno que otro cultivo de maíz, como resabio de lo que en algún tiempo fue el llamado “Granero de Bolivia”. Antes de llegar a Tarata hace su aparición el espectacular espejo artificial de agua de La Angostura, en cuyas orillas se construyeron restaurantes, casas de campo y parques recreacionales que ofrecen paseos en bote e invitan a disfrutar de momentos inolvidables en compañía de la familia. En Cliza se hace una breve parada al frente del puesto de una “caserita” con el fin de aprovisionarse y no pasar hambre durante el prolongado, pero espléndido viaje. Éste es el retrato del primer tramo de un recorrido singular a través de una ruta alterna que utiliza un medio de transporte poco usual que se resiste a morir por el paso del tiempo: el bus carril.

Los perritos enloquecían al verlo, ladraban y a la par corrían sin cansancio; en contraparte, burritos y toritos asustados por los bocinazos, en lugar de hacerse a un lado de los rieles, trotaban por delante, constituyéndose en una distracción aparte. No faltó algún mal conductor que ignorando la preferencia de paso respecto al bus carril, detenía su coche sobre los rieles o raudamente los cruzaba sin medir consecuencias.

Las gestiones e insistencia de los lugareños ante las autoridades para que el servicio ferroviario del bus carril (el único en funcionamiento) siga subsistiendo en medio de la modernidad, no fueron vanas, pues éste se acomodó a sus necesidades convirtiéndolo en una herramienta impres-cindible. Hay que tomar en cuenta que alrededor de quince poblaciones, entre grandes y pequeñas se benefician de él, dejando y recogiendo en sus 218 kilóme-tros de travesía a pasajeros, las más de las veces abarrotados de productos de toda índole.

Su diseño colorido (franjas horizontales azules sobre un fondo amarillo chillón) realza su vieja carcasa, en la parte frontal superior lleva impreso el número 253. Examinándolo bien, no es más que un bus “transformer”. La carrocería corresponde a un Dodge -calculo- de inicios o mediados de la década de los cincuenta, al que además de quitarle las ruedas convencio-nales para adaptarlo a los rieles, le pusie-ron un motor Nissan que se alimenta ex-clusivamente de diésel.

La Cumbre brinda hermosos paisajes a todo el que se atreve a seguir despierto, a partir de este punto la naturaleza se vuelve más agreste. Un caudaloso río que excavó un profundo cañón se convierte por un buen trecho en el fiel compañero de la ruta. Puentes que dan la impresión de que se está volando sobre este río de aguas turbulentas y turbias debido a las recientes lluvias, son otro atractivo. Debería llamar-se la “Ruta de los 17 túneles”, quizás algo inédito en Bolivia, a pesar de que ya tiene décadas de antigüedad desde que fue inaugurado en 1932; o quizás -hasta hoy- nadie o muy pocos le dieron la importancia que amerita como un potencial destino turístico. Al principio pensé que a lo más contaría cinco o seis túneles, pero se suce-dían una tras otro, a veces con un signifi-cativo intervalo de distancia; cuando me-nos lo esperaba aparecía otro y otro. Uno de los últimos -el más extenso- probable-mente tenía 1 kilómetro de largo, y destaco que en dos de los primeros túneles vi re-volotear murciélagos fastidiados por las luces y el ruido provenientes del bus carril.

En el descenso de La Cumbre habían lugares que me recordaban por su pare-cido topográfico a los alrededores de Un-duavi (cerros semi verdes), el preámbulo de los Yungas paceños. Más allá, la vege-tación de muchos sectores adquiría gran similitud a la de la región del Chaco (bos-que seco chaqueño). Para decepción mía y de muchos amantes de los viajes, la ruta no ingresa a Mizque, la capital de la pro-vincia del mismo nombre; solo se la puede contemplar desde la distancia, sobresa-liendo de entre sus construcciones su pe-culiar iglesia.

La región en su conjunto se caracteriza por ser una de las más pobres del país, y no lo digo yo, así lo dicen las estadísticas e indicadores, pues el porcentaje de po-breza está por encima del promedio nacio-nal. En Vila Vila o Pajcha, no recuerdo exactamente el lugar, un señor quechua parlante de mediana edad abordó el bus carril con pala en mano. Mantenía la mirada fija hacia delante, siempre alerta como absorto en su mundo; cuando detectaba algún peligro que ponía en riesgo la normal marcha, sin pérdida de tiempo bajaba para liberar a los rieles de tierra, piedras y barro, resultado de los arrastres y derrumbes que trae la época de lluvias. La suerte de este buen hombre era como para desgarrar el corazón, por solo unos cuantos “pesos” realizaba este sacrificado trabajo.

Valles fértiles, puentes, ríos, túneles, árboles, rieles sin fin y sobre todo gente amable y trabajadora es lo que ofrece esta ruta. Quedaron grabados en mi mente a la espera de reeditarlos en un futuro próximo.

Disfrutar de Aiquile, la Capital del Charango ubicada al sureste del departamento de Cochabamba fue otra experiencia… otra historia que contar.

 
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