[Carlos G. Maldonado]

¿Temor al debate?


La negativa del primer mandatario a una discusión formal o debate con opositores políticos durante el presente proceso electoral, por supuesta “falta de moral”, reabre la polémica sobre el deber o exigencia de aquella forma de discusión organizada, de antigua tradición en el mundo, consistente en enfrentar dos o más posiciones en busca de una solución aceptable.

Pese a lo anterior, aún es tiempo de exhortar y recordar a nuestra primera autoridad sobre la necesidad de continuar con aquella forma de diálogo, que se constituye en una confrontación abierta e indispensable para el careo entre distintas perspectivas, buscando siempre clarificar caminos ante la comunidad a través de un moderador y con respeto a la opinión del otro.

No tiene sentido, pues, tener pánico al encuentro, por cuanto, como bien decía la prensa colombiana en ocasión de una última elección, “en la discusión, el que pierde gana porque se lleva la razón del otro”.

Albert Camus señalaba asimismo que “sin controversia ni contención sólo prevalecería la tiranía, además ya no tendrían razón de ser las universidades, la investigación, ni los mismos tribunales de justicia que son contradictorios en su búsqueda de la verdad, prevalecería la fuerza y nada quedaría para averiguar o desentrañar”.

La comunidad es limitada y necesita la confrontación de teorías y posiciones rivales, no sólo para su conocimiento y convencimiento, sino para participar en forma abierta o no de las conclusiones.

Nuestra doctrina jurídica al respecto señala que si bien el deber jurídico y el deber moral son distintos, en el presente caso ambos son coincidentes, por constituirse el segundo en parte del derecho consuetudinario, consiguientemente legal y obligatorio.

En cuanto a debates memorables, citamos el encuentro entre Richard Nixon y Nikita Kruschev, éste último decía que “en política nunca estaremos de acuerdo con ustedes, por ejemplo a Mikoyan (Viceprimer Ministro soviético) le gusta la sopa muy picante, a mí no, pero esto no quiere decir que no nos llevemos bien”. A lo que Nixon respondía: “Ustedes pueden aprender de nosotros y nosotros de ustedes, debe haber un libre intercambio; que la gente elija el tipo de casa, el tipo de sopa o el tipo de ideas”.

Un factor clave que perjudicó a John F. Kennedy en su campaña fue el prejuicio generalizado en contra de su religión católica romana, porque creían que si él era elegido presidente, obedecería las órdenes del Vaticano.

Para desvirtuar lo anterior y hacer frente a estos temores aprovechó el célebre debate electoral ante sus opositores, señalando: “Yo no soy un candidato católico a Presidente. Soy un candidato del Partido Demócrata a Presidente católico. Yo no hablo por mi iglesia en asuntos públicos, y la Iglesia no habla por mí”.

Ciro Félix Trigo, constitucionalista, emérito catedrático universitario, al respecto decía: “En los pueblos donde impera un régimen democrático, la opinión pública cumple una función principalísima, lo que piensa el modesto vendedor de diarios, el hombre que pasa por la calle, el humilde obrero; como del acaudalado ciudadano; forman la opinión pública; y ésta se expresa en la libre discusión pública y personal de los asuntos de interés nacional, así como en el libre examen y crítica de los problemas económicos, políticos y sociales, en un ambiente de publicidad y debate, creando una conciencia política a base de una efectiva preocupación por la cosa pública”.

El autor es abogado.

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