[Manfredo Kempff]

Dos antiguos pioneros del oriente


Cuando mencionamos a antiguos pioneros no se trata, en modo alguno, de que en los tiempos actuales no exista en el oriente gente de empresa que trabaja de sol a sol y que ha sabido forjarse un destino propio acompañado de progreso para su comunidad. En Santa Cruz, serían muchos los nombres que se podrían citar y todo esto se demuestra con sólo observar el desarrollo de la región. Entre esos emprendedores hay, por supuesto, muchos empresarios collas que, abandonando la explotación minera o el comercio, llegaron hasta la llanura dispuestos a dejar su transpiración en los cañaverales o trayendo sus ahorros o su capital para invertirlos en estas tierras.

Tradicionalmente, otros han sido los modos de trabajo en el oriente y el occidente de Bolivia. Ambas formas con muchos riesgos como en todo emprendimiento. En Santa Cruz o el Beni, ya sea en agricultura o la ganadería, la lucha ha sido para ganarle espacios a la selva y para superar el escollo de los ríos, pero, fundamentalmente, enfrentándose a la naturaleza -inundaciones o sequías- que resulta una verdadera ruleta. Bolivia no es, como otras naciones, capaz de prever, ni aproximadamente, los fenómenos climáticos.

Lo interesante cuando se habla de grandes emprendedores es la forma cómo forjaron sus fortunas, cómo se iniciaron, contra quiénes debieron luchar además de enfrentar a los gobiernos de turno siempre entrometidos y codiciosos, qué mercados obtuvieron para vender sus productos, por qué rutas llegaron hasta el océano o los grandes ríos. Los grandes mineros fueron un ejemplo notable de iniciativa y tesón. Pero en el oriente hubo otros que fueron heroicos y de los que poco se habla. La historia no los ha estudiado muy bien.

Nicolás Suárez y Antonio Vaca-Díez deben haber sido los dos cambas más destacados de su tiempo, aunque también los más olvidados en estas épocas mercantilistas y utilitarias, cuando son muy pocos quienes se embarcan en grandes emprendimientos o se atreven a incursionar más allá de su campanario. Además que la absurda mentalidad que se ha impuesto en el país, retrógrada como sus impulsores, afirma a quien quiera oír, que hacer empresa, ser emprendedor, es poco menos que delictivo. Increíblemente, hasta cupos a los productos agrícolas se imponen hoy, entrabando las exportaciones.

Uno cruceño y el otro beniano, Suárez y Vaca-Díez no sólo crearon riqueza donde sólo existían salvajes y fieras sino que -sobre todo en el caso del primero- preservaron para Bolivia, gastando de su propio peculio, gran parte de lo que fue el lejano Territorio Nacional de Colonias, entonces abandonado a su suerte y que hoy ocupa el departamento de Pando.

Don Nicolás Suárez que, como el vilipendiado Simón Patiño, se hizo a machete trabajando desde muy joven sin posibilidades de una educación esmerada, creó un imperio durante el auge del caucho a punta de sacrificio e intuición. Se estableció en el río Beni, donde fundó Cachuela Esperanza y desde allí dirigió sus negocios, que, lejos de vender charque, chivé y chancaca al interior de Bolivia como acontecía entonces en Santa Cruz, comerciaba con grandes empresas europeas ávidas de conseguir las cotizadas bolachas de goma que producían millares de sufridos siringueros.

Antonio Vaca-Díez, médico, periodista, escritor, fue además de creador y pionero, hombre enamorado de su tierra y de sus semejantes, que dedicó gran parte de sus conocimientos médicos para tratar de combatir, por vocación, una enfermedad maldita de la selva inhóspita que carcomía el rostro humano: la espundia. Infatigable caminante, estableció pueblos, exploró montes y ríos, hasta morir ahogado en una cachuela del río Urubamba, en Perú, cuando le aguardaba aún una vida apasionante.

Ambos personajes son un ejemplo de patriotismo y coraje del que los jóvenes de hoy deberían aprender sin perder tiempo con héroes de barro sin valor alguno producto de exaltados y fatuos adoradores de mitos. Riberalta, Cachuela Esperanza, Guayaramerín, Villa-Bella, la verdadera Bolivia profunda, fueron parte de la vida íntima de estos dos hombres excepcionales. Los ríos Mamoré, Madre de Dios, Beni, Acre, Orton, el Madera y otros muchos, los vieron surcar infatigablemente, sorteando las acechanzas de la muerte, para abrirse rutas al comercio del mundo a punta de coraje.

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