Extraños capítulos de la historia

Doña Inés de Castro

La trágica vida de doña Inés de Castro, quien en el siglo XIV, en la corte de Portugal, fue víctima de una de las más grandes intrigas de que se tenga memoria. La leyenda y la verdad se mezclan en esta conmovedora historia de amor. . .


Inés de Castro (1325 - 1355). Coronada como reina de Portugal después de muerta.
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La historia comienza en la ciudad de Galicia (España) en 1325, año en el que nació la protagonista de este drama, doña Inés de Castro, de noble cuna de los Fernández de Castro, primer Señor jurisdiccional de Monforte de Lemos, y de Aldonza Lorenzo de Valladares, descendiente del rey Alfonso VI el Bravo.

Inés fue educada cristianamente, se cultivó en ella los más nobles sentimientos, en suma, tenía todos los atributos para ser una reina.

En 1340 llegó a Portugal, residiendo en la corte de Coimbra como dama de compañía de Constanza Manuel, esposa de don Pedro, un apuesto príncipe heredero al trono de Portugal, el padre de éste era el rey Alfonso IV un gobernador cruel y déspota. Por entonces don Pedro vivía casado con doña Constanza Manuel, prima de Inés. Aquel enlace se había realizado por conveniencia, sin sentimiento alguno que una a la pareja, tan sólo era para fundir la fortuna de ambas familias, la sangre real con más sangre real y el poderío con la fuerza política de dos reinos: Navarra y Portugal. Sin embargo, don Pedro apenas la vio, se enamoró profundamente de aquella elegante jovencita gallega, ese amor desmesurado les hizo vivir un idilio furtivo, oculto entre los suntuosos sa-lones del castillo de Alfonso IV.

Dos sucesos muy importantes marcaron el camino de ambos amantes; en noviembre de 1345, Constanza, la esposa legítima de don Pedro falleció en medio de los dolores del alumbramiento, el príncipe vio que el destino le deparaba la oportunidad de unir su vida con la de Inés de Castro, la mujer a quien más había amado hasta entonces. Sin embargo, encontró la oposición de su padre a aquella relación amorosa, entonces la pasión se convirtió en obsesión y Pedro tomó la decisión de contraer matrimonio con quien había mantenido relaciones en la clandestinidad. No le importaba las consecuencias a venir.

Don Pedro se casó en secreto con Inés de Castro, santificando su unión ante el obispo de La Guarda, en aquella ceremonia, estuvieron como testigos solamente los sirvientes de doña Inés y algunos amigos de confianza. Ambos se fueron a vivir lejos de la corte, al norte de Portugal, donde nacieron los infantes don Alfonso, don João, don Dinis y doña Beatriz. Fueron los días más tranquilos y felices de la pareja. Tiempo después retornaron a Coimbra, instalándose muy cerca del convento de Santa Clara.

Otro suceso inesperado que favoreció a los recién casados fue la aparición de la peste en 1348, esta epidemia se llevó a miles de perso-nas, don Pedro y doña Inés se dedicaron a ayudar al pueblo que sufría esta calamidad, en cambio, el rey Alfonso IV, aban-donó la ciudad e instaló su corte en Montemar -o- Velho, des-de donde empezó a gobernar, en tanto, don Pedro se quedó en Coimbra al lado de su amada esposa y la lejanía de su padre hizo posible que llevaran una vida tranquila junto a sus cuatro hijos.

Transcurrieron los años y la corte del rey Alfonso IV entró en crisis, tenía el ejército diezmado por las guerras y la peste, las arcas estaban vacías y los campesinos amenazaban con sublevarse, entonces el rey recurrió a sus consejeros quie-nes le p[lantearon que una alianza con Navarra fortalecería Portugal. Entonces el rey buscó para su hijo un tercer matrimonio con una princesa real, a fin de resolver estos pro-blemas.

Por otro lado, los nobles del reino por razones de conve-niencia siempre estuvieron de parte del monarca y miraban despectivamente a la princesa real, ella igno-rando aquellas burlas y críticas veladas que le dirigían más que todos las damas de la corte, no consiguió resistir con la misma entereza el odio en rescoldo y las malas artes de su sue-gro, quien influenciado por sus consejeros la mandó matar juntamente con sus hijos. Sólo la muerte podía separar a la pareja.

Al principio el rey se resistió ante aquella idea macabra, pues veía por una parte el peli-gro de su nieto el hijo de Constanza, (Fernan-do) y por otra parte consideraba acción cruel matar a una mujer inocente de toda culpa.

De acuerdo con el plan dejaron pasar varias semanas, haciendo creer que nada pasaría, pero un día aprovechando que el infante Pedro había organizado una cacería, el rey acompa-ñado de algunos cortesanos se dirigió secre-tamente al monasterio de Santa Clara, próximo a la “Quinta das lágrimas en Coimbra. Doña Inés al percatarse de la presencia real presintió que algo funesto se estaba viniendo y rodeado de sus hijos salió al encuentro del monarca, a quien conmovió con sus lágrimas y súplicas. Se marchaba el rey cuando tres desalmados: Álvaro Gonzálvez, Pedro Coelho y Diego Ló-pez Pacheco volvieron sobre sus pasos y de-gollaron a la aterrada mujer en presencia de sus hijos, quienes también fueron muertos sin piedad alguna a puñaladas el 7 de enero de 1355.

Al día siguiente, don Pedro volvió de cacería y se encontró con una escena macabra, esta-ban allí los cuerpos sin vida de quienes había amado tanto, gritó desesperado e impotente, jurando vengar aquellas muertes. Aquella no tardaría en presentarse.

Mientras tanto, el pueblo vistió luto por la muerte de doña Inés y su hijos, las campanas doblaron y nadie habló en voz alta para respetar el dolor de don Pedro, quien se había ganado el cariño de su pueblo por sus actos de caridad, siempre había sido solidario con sus necesidades.

El destino inconmovible siguió tejiendo aquel drama de intrigas palaciegas y muertes. El rey de Portugal Alfonso IV murió de manera trágica antes de llegar a su castillo de Montemar-o-Velho, en tanto que doña Blanca huía a Nava-rra temerosa de don Pedro. Nobles y plebeyos se unieron al dolor del joven viudo en quien reconocieron al nuevo rey de Portugal, quien fue coronado en 1357. Este acontecimiento sirvió de macabro preámbulo a la coronación más dramática de que guarde recuerdo la historia medieval europea.

El nuevo rey, vistiendo riguroso luto pronun-ció una frase terrible: ¡Ella también reinará conmigo!

El enjuto cadáver de doña Inés de Castro fue sacado de la sepultura en que yacía desde tiempo atrás, se le pusieron sus indumentarias reales y con todos los cuidados don Pedro llevó el cuerpo de su amada hasta el trono y la corona real se le puso delicadamente a aquella calavera forrada de amarillento pergamino, ante los ojos asombrados de sus súbditos. El rey rasgueó su firma y puso el sello real en el decreto que daba a conocer todos los detalles de la ceremonia de la coronación y las obliga-ciones de sus súbditos, especialmente los más encumbrados.

Los caballeros y damas de elevada alcurnia tuvieron que obedecer el mandato de su so-berano, comenzaron a hacer su aparición en la sala del trono, con pasos mesurados como si asistieran a un entierro. Las damas elegante-mente ataviadas hincaban las rodillas llevando a sus labios la orla del ampuloso y rico vestido de la reina Inés de Castro. Los esposos tenían una misión algo más desagradable aún: de-bían besar la mano apergaminada, esquelética de la muerta. En esta forma quedaba reconoci-da de una vez para siempre la soberanía de Inés de Portugal.

Al día siguiente se efectuaron otra vez los funerales, fue algo nunca visto, los nobles del reino y el pueblo tuvieron que acompañar al cortejo fúnebre de riguroso luto, llorando y rezando la muerte de la reina. El féretro con incrustaciones de oro trasladado desde Coimbra fue depositado en una colina, luego se erigió un monumental mausoleo de mármol blanco, en honor de la desdichada reina, también el rey hizo preparar su propia sepultura, que los catafalcos se tocaran los pies; quería que el día de la resurrección, la primera imagen a contemplar fuera la de Inés.

Pedro I establecido en el trono de Portugal y cumplida la coronación de la reina, decidió dar curso a la venganza que por largo tiempo ha-bía esperado.

El fallecido rey Alfonso IV, en los últimos instantes de su vida, había dado a conocer los nombres de aquellos personajes que habían ejecutado aquel horrendo crimen y el lugar donde se encontraban. Don Pedro mediante una negociación intercambió los tres verdugos por algunos refugiados en Portugal. Coelho y Álvaro Gonzálvez, tomados presos fueron traí-dos al reino, pero Diego López Pacheco, con más fortuna, tuvo tiempo de cruzar la frontera de Aragón y de allí pasó a Francia, donde estuvo a salvo de la manos justicieras de don Pedro.

La venganza fue ejecutada en el palacio de Santarém, mandó preparar un espléndido ban-quete, mientras los asesinos de la reina eran amarrados en postes de suplicio y cruelmente torturados, luego el rey ordenó que les sacaran el corazón a uno por el pecho y al segundo por la espalda y los asistentes se dieron la tarea de morder este órgano y las vísceras fueron da-das a los perros.

La macabra ceremonia que realizó don Pedro dio origen a la leyenda de que doña Inés de Castro reinó Portugal después de muerta.

 
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