En el Día de la Madre

En algún lugar… Solo hay una

Laura M. López Murillo (Desde México).


En algún lugar de la infancia, entre los juegos y los arrullos se trazaron los ras-gos del carácter y los límites de las es-peranzas con el pulso materno; la huella será perpetua porque los corazones que alguna vez latieron al mismo ritmo, jamás se alejan…

La fertilidad fue la primera veneración que brotó sobre la faz de la Tierra en los tiempos en que la sobrevivencia del clan dependía del nú-mero de sus integrantes. La Venus paleolítica fue la cimiente de los pueblos, transformó su imagen para adaptarse a la visión de cada cul-tura y su importancia en el imaginario colecti-vo permaneció inmutable durante siglos y si-glos. Hoy, como siempre y desde entonces, la figura materna es determinante en la persona-lidad y el carácter de los hijos: los prejuicios y las virtudes, los vicios y las actitudes se trans-miten con el ejemplo; los traumas y los com-plejos, las frustraciones y las aspiraciones se perpetúan por la cercanía afectiva.

Ahora, en la parafernalia del mercado, la celebración del Día de la Madre fortalece mi irremediable resistencia a los ataques idioti-zantes de la mediocracia: me atrevo a asegu-rar que el mejor regalo para una madre es la felicidad de sus hijos y la realización de sus sueños; las expresiones de amor y los agrade-cimientos no deben restringirse a un solo día porque deberían ser acciones cotidianas. To-dos los días del año portamos el legado intan-gible que la figura materna imprimió en nuestra conciencia y por eso, la mejor forma de cele-brar este día implicaría una reflexión sobre la enorme responsabilidad de formar a los hijos: es un trabajo sin tregua ni excepciones que exige un esfuerzo que rebasa los límites del cansancio y de la paciencia; es un sueño que se alcanza con desvelos y angustias; y es una de las paradojas más consistentes en la natu-raleza porque la crianza culmina con la inde-pendencia y la autonomía de los vástagos que exige agudeza en la mirada para reconocer el momento exacto en que los hijos se convierten en compañeros.

Reflexionar sobre la figura materna en la hipermodernidad implica reconocer las nuevas modalidades de la familia y las consecuencias de la ausencia física o emocional de la madre en hogares impregnados con estereotipos su-perficiales. La inscripción de los atributos en la personalidad de los hijos se hace actualmente con instrumentos y mensajes diferentes pero aún debe hacerse porque las exigencias de la maternidad no se han extinguido aunque la ab-negación es un rasgo que se atenúa: la deci-sión femenina de posponer el proyecto perso-nal para dedicar todo su tiempo y sus esfuer- zos a la crianza de los hijos registra una notoria disminución que contrasta con el auge de guar-derías y la contratación de niñeras.

El funcionamiento de los hogares y la figura materna se transforman con los tiempos pero la responsabilidad de prodigar un ejemplo a los hijos es inmutable porque tarde o temprano lle-gará un momento crucial que exigirá la firmeza del pulso para inscribir un ejemplo en la con-ciencia de los hijos. Y hasta el día de hoy, entre todas las criaturas que habitan el planeta sólo hay una capaz de aceptar ese reto e intentarlo, sólo hay una que imprime una huella perpetua porque los corazones que alguna vez latieron al mismo ritmo, jamás se alejan…

José Saramago:

“Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje.”

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