Nuestros orígenes

Así se mecía la cuna de la humanidad

Sergio Enríquez


La Humanidad nació en África. Concretamente en un rincón al norte de Tanzania; en la Garganta de Olduvai, donde el clima y el paisaje invitaron a los primates a bajar de los árboles y salir a la sabana erguidos sobre sus piernas. Mauricio Antón.

La Humanidad nació en África. Concretamente en un rincón al norte de Tanzania; en la Garganta de Olduvai, donde el clima y el paisaje invitaron a los primates a bajar de los árboles y salir a la sabana erguidos, sobre sus piernas. Hasta aquí la teoría por todos es conocida. La práctica ha salido, por primera vez, fuera de África y se pudo paladear en el Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid (Alcalá de Henares), a mediados del pasado año, antes de pasar después al Museo de la Evolución Humana (Burgos).

La ocasión fue única e histórica, porque por primera vez 200 piezas celosamente custodiadas por el equipo que dirigen los arqueólogos Enrique Baqueda- no, director del museo, y Manuel Domínguez-Rodrigo, profesor de Prehistoria en la Complutense, fueron contempladas rodeadas de explicaciones, recreaciones audiovisuales, un documental de Javier Trueba sobre los trabajos en la Garganta de Olduvai y grandes ilustraciones de Mauricio Antón que recrearon el entorno de la época.

“La intención fue de que el público comprenda cómo surgió el género humano y cómo evolucionó en África desde hace cuatro millones de años hasta el Homo sapiens arcaico (hace 180.000 años)”, comentaba Baquedano, que tiene cada dato en su cabeza, pese al apa-rente caos del montaje de la exposición. “Toda esta muestra se hizo gracias a los 25 años de trabajo de mi socio, Manuel Domínguez-Rodrigo, en África, concretamente en la falla del Rift”, añadió el investigador.

Cuando el homínido baja de los árbo-les se dan varias circunstancias que de-notan un paso de gigante en la evolu-ción: “La bipedestación (comienzan a caminar sobre sus pies), introducen en la dieta grandes cantidades de carne y les crece el cerebro, lo que afecta a su comportamiento”. Y toda esa evolución, desde el paso del Australopithecus hasta el Sapiens arcaico está contenido en la Garganta de Olduvai.

De allí se han traído, en colaboración con el Museo Nacional de Tanzania de Dar es Salaam, más de 200 piezas, al-gunas de ellas originales de incalcu-lable valor científico, como un trozo del radio de un homínido Paranthropus (OH80), descubiertas por el equipo espa-ñol en el lecho dos de Olduvai, con 1,6 millones de antigüedad.

El Paranthropus era la rama que desa-pareció paralela a la del Australopithe-cus. “Conocíamos muy bien el cráneo, pero no sabíamos cómo era el resto del cuerpo”, comentaba Baquedano ante un trozo asombrosamente grueso de un ra-dio perteneciente a este ser. Lo encon-traron en las excavaciones españolas entre 2010 y 2011 y el pasado mes de diciembre se publicó el artículo corres-pondiente en la revista Plos One. “Te-nían tres veces la fuerza en el brazo de un neandertal y pesaban unos 80 kilos de media”, añade el experto.

“También contamos la historia del Ho-mo habilis, primer representante de nuestra especie y del Homo ergaster afri-cano (Homo erectus en Europa); que se parecían a nosotros en que eran muy altos y tenían más capacidad craneal”, explican los comisarios de la exposición.

Para entender la evolución de los ho-mínidos, como decía el paleontólogo bri-tánico Louis Leakey (1903-1972), “hay que fijarse también en el entorno”. Por eso la muestra está llena de restos de fósiles de animales que convivieron con aquellos antepasados nuestros entre el Plioceno y el Pleistoceno inferior. Como el pelorovis, una especie de búfalo gigante con el doble del tamaño de los búfalos actuales; félidos dientes de sable; un sivatherium (primo lejano de la jirafa)... pero también elefantes, rinoce-rontes, hienas y cocodrilos (cuyos dien-tes aparecen marcados en los huesos de los homínidos).

En cuatro millones de años ha cam-biado mucho el paisaje, y más en “la falla del Rift, donde se produjo un acorta-miento de la corteza terrestre dando lu-gar a un gran número de volcanes”, aña-de Baquedano. Esa actividad volcánica y la ceniza que expelían sus chimeneas ayudaron a conservar a la perfección las huellas de aquellos primeros homíni-dos erguidos y las de los animales del entorno y un molde de esas huellas luce con aspecto reciente en la exposición.

También hay herramientas. Desde las primeras etapas de la talla de piedra, a la irrupción de las innovaciones achelenses y las de obsidiana. El conjunto lítico procede de 56 localidades, como Peninj, donde los hallazgos han sido notables.

“Si alguien me hubiera dicho alguna vez que los españoles íbamos a liderar las excavaciones en Tanzania, hubiese pensado que deliraba”, asegura Baque-dano, señalando a Domínguez-Rodrigo co-mo el mejor experto del mundo en tafo-nomía (interpretación de las marcas que quedan en los huesos).

Ambos siguen las huellas de Louis y Mary Leakey, Kohl-Larsen, Richard Hay, Don Johanson, Tim White... una lista a la que cada vez más se añaden nombres españoles.

Mi querido niño...

Hace más de dos millones de años, un importante cambio climático obligó a los homínidos a adaptarse a su entorno. Fue-ron desapareciendo los Australopithecus gráciles y entraron en escena los robustos o Paranthropus y los Homo. Desde que se supo que el origen del hombre estaba en África, cientos de arqueólogos occidenta-les han viajado hasta Olduvai para encon-trar la parte de la prehistoria que no en-contramos en nuestro suelo. Desde 1930, con Louis y Mary Leakey, los hallazgos en estas excavaciones se sucedieron. En 1959 se produjo una de las mayores epo-peyas de la investigación en Olduvai: el descubrimiento del cráneo de un homínido OH5 al que denominaron Zinjanthropus, o cariñosamente Dear Boy (querido niño). En 1960 se halló el primer diente de Homo habilis, el primer representante del género Homo (“uno de los nuestros”, como dice Enrique Baquedano) y en 1965 un cráneo de Homo erectus. / E. A.

Tomado de Internet.

 
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