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[Manfredo Kempff]

La penuria de los libros


Existen personas que abiertamente afirman que no les gusta leer y hasta algún presidente nuestro ha dicho que en su vida ha leído un libro. Bueno, cada quien tiene sus gustos y punto, aunque no se puede entender que haya personas que no leen ni los periódicos. El título de esta nota viene a raíz de lo que cuesta escribir y de los resultados magros que se cosecha. Obviamente que esto no le sucedió a García Márquez ni le sucede a Vargas Llosa, pero ya estamos hablando de talentos mayores.

Agustín Saavedra repite que “el día más glorioso de un libro es el de su presentación”. Y concluye diciendo que luego de los aplausos y la copa de vino el libro empieza a morir inexorablemente en polvorientos anaqueles o en los desvanes. Y resulta que eso es cierto, sobre todo en un país donde se lee muy poco.

El esfuerzo que hacen algunos editores o libreros en Bolivia es muy costoso y no tienen la capacidad económica de las grandes casas editoriales de Buenos Aires, Madrid o México, donde se puede ganar dinero, aunque sea perdiendo en ciertas oportunidades. En ciudades como las citadas, un solo autor exitoso puede vender decenas de miles de libros, precisamente porque existen decenas de miles de ávidos lectores que buscan una obra que los acompañe en sus horas de descanso hogareño.

Si ahora no hay lectores, mucho menos los habrá con las facilidades que proporcionan el Netflix, Instagram, Facebook, y el conjunto de redes sociales y entretenimientos de Internet. Se llega al extremo de que las noticias son leídas por la vía cibernética, antes que los periódicos lleguen a manos del público, lo que hace perder interés en hojearlos. En mi caso palpar un diario o un libro es esencial y no me conformaría ni con el e-book ni con las noticias electrónicas.

Pero volviendo a los libros y a los pobres escritores, resulta que ni siquiera se les respetan los derechos de autor. Yo siempre recibí mi 10% y un trato magnífico cuando escribía en Alfaguara de España y ahora que lo hago en La Hoguera también. Ese 10% es, digamos, la norma universal. Pero los derechos de autor se van al diablo cuando aparecen las ediciones piratas y las traducciones. En cuanto a lo primero no hay nada qué hacer. Pero en lo segundo, es una vergüenza que haya casas editoras que traducen libros y que no le reconozcan ni un centavo a quien escribe.

Me sucedió con la Philips Wilson de Varsovia, que tradujo al polaco Luna de Locos y Margarita Hesse. Las relaciones fueron estupendas hasta que un día desapareció la dirección electrónica y dejaron de contestar el teléfono. No vi ni un zloty. Me pasó lo mismo con Edizioni Idea de Roma, que tradujo al italiano San Diablo y Margarita Hesse. Amabilidades por doquier, buena crítica, una directora con voz encantadora, y ni una sola lira para mí. Solo Alfaguara de Río me paga mis derechos por la traducción al portugués de Sandiablo. Ahora aparece Luna de Locos traducido al griego y Sandiablo al inglés en Amazon, y no hay quién me pueda colaborar para por lo menos saber si mis libros son vendidos.

He recurrido a mis antiguos editores de Alfaguara, amigos entrañables, para preguntarles si no es posible que velen por mis derechos (y los suyos), pero no he tenido respuesta. Así que no queda otra cosa que seguir escribiendo, saber que traducen y reeditan tus obras, pero convencerse también que no se verá ni un dólar y ni siquiera un comentario alentador.

 
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