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¿Diplomacia para derrotar enemigos?

Iván Camarlinghi

Con sorpresa e indignación, la opinión pública ha podido constatar en estos días que la Diplomacia Nacional ha cambiado “de facto” de objetivos y en la actualidad estaría diseñada para “identificar y derrotar enemigos internos y externos” del proceso político que vive el país desde 2006.

Tamaña declaración realizada por las principales autoridades nacionales en salones de la Cancillería, ante un grupo de “diplomáticos plurinacionales a la carrera”, contradice absolutamente los objetivos y la esencia misma de la diplomacia antigua o moderna. De acuerdo con Wikipedia, Diplomacia es la profesión cuyo objetivo es velar por los intereses y representar al Estado en relación con otros estados u organismos internacionales. En ningún caso ni en ningún tratado o estudio de relaciones internacionales, la diplomacia sirve “para atacar enemigos”.

Desde tiempos de la Grecia Clásica, los representantes diplomáticos eran acreditados ante otros gobiernos con la finalidad de mantener buenas relaciones con ellos y con el paso del tiempo, esas relaciones internacionales han sido intensificadas hasta nuestros días. La práctica diplomática señala que los representantes diplomáticos deben obtener información fidedigna, minimizar posibles roces diplomáticos con otras naciones y conservar relaciones amistosas con dichos países.

De la misma manera, la práctica diplomática establece que un representante que guarda esa característica es acreditado ante un gobierno, pero por la naturaleza de sus funciones, hace que el embajador o encargado de negocios a.i. mantenga relaciones amistosas con todo el país, incluidos sus actores sociales, políticos y económicos. La única limitación para las mismas es el impedimento de participar o inmiscuirse en asuntos internos.

Es absolutamente sorpresivo y un despropósito grave que la Cancillería organice reuniones y eventos “diplomáticos” en los que se den instrucciones a los representantes del Estado para identificar y derrotar a enemigos internos y externos, contradiciendo absolutamente los objetivos básicos de la diplomacia moderna. Es como si una familia organizara una reunión con los miembros de la misma para planificar el maltrato o la “derrota” de los vecinos con los que no simpatiza.

Estas “conferencias” o declaraciones públicas parecen tener correlación con lo que está aconteciendo en el vecindario de nuestro país, en el que los gobiernos de las naciones vecinas serían “adversarios ideológicos” de la actual administración. Si es así, estaríamos ante una declaración de “guerra de baja intensidad” a nuestros vecinos, que en realidad son nuestros aliados comerciales. No sé cómo tomarán los gobiernos amigos estas “actividades diplomáticas” que parecen estar dirigidas a efectuar “acciones injerencistas” en otros estados que serían aparentemente “enemigos”. Recuerdo que el embajador boliviano en Perú se metió en un gran lío por señalar que el pueblo peruano debía realizar una Asamblea Constituyente para derrocar el gobierno vigente en Lima.

Como ex funcionario de Carrera del Ministerio de Relaciones Exteriores, no puedo más que expresar mi extrañeza y mi malestar por una completa desnaturalización de la actividad diplomática, aunque en realidad hace muchos años que se produjo una completa desinstitucionalización de la Carrera, al igual que en muchas instituciones del Estado en las que se ha eliminado absolutamente la difícilmente lograda institucionalidad y la meritocracia, tras muchos años de lucha contra la partidización política de la gestión pública. El único mérito para ostentar un cargo público en la actualidad es el carnet del partido y un CV que nada tenga que ver con el cargo.

Parece que las tendencias autoritarias de los gobernantes actuales pretenden ser llevadas también al ámbito diplomático, aunque los logros que pueda tener semejante despropósito están condenadas al fracaso, porque ningún país serio aceptaría la injerencia de la diplomacia plurinacional, esa que injustificadamente se quiso atribuir a una representación extranjera.

Los diplomáticos están para representar los intereses de un Estado, en este caso de todos los bolivianos, no para fines partidarios, como es pretender identificar y derrotar a enemigos internos y externos del partido en funciones de gobierno. Sin embargo, lo que los diplomáticos plurinacionales puedan o dejen de hacer en ese sentido, no tiene ningún peso a nivel internacional.

Prestigiosos intelectuales que dirigieron en el pasado instituciones como la Academia Diplomática Boliviana, de la talla de Wálter Montenegro, Jorge Gumucio, Juan Ignacio Siles y Jorge Escobari, solo por mencionar a algunos, tenían bien claro cuál es el rol de la diplomacia, la que está muy lejos de la pretensión de buscarse enemigos inventados o de lecciones de moral que nunca la tuvieron ni la tendrán.

Los que creemos firmemente en la Diplomacia estamos seguros que, más pronto que tarde, el oscurantismo que ha inundado la vieja casona de la calle Ingavi, será defenestrado para siempre y la Cancillería volverá a ser el primer ministerio de la República, ese que mejoró y fortaleció los lazos internacionales con los países vecinos y con todas las naciones del mundo, que no son enemigas de Bolivia ni mucho menos. Este ámbito diplomático tan abandonado y descuidado en la actualidad, merece un mejor destino para beneficio de todos los bolivianos y de nuestras futuras generaciones.

El autor es diplomático y periodista.

 
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