Publicidad

    

El reino de la Bestia

Franz Tamayo


Pasadas las décadas épicas de la Guerra de la Independencia, donde el alma americana había verdaderamente alcanzado cumbres de real grandeza moral y espíritu bajo la acción de una ley histórica desconocida y que semeja una ley de mareas y reacciones, nuestra historia ha caído en los fondos de la mediocridad, más aún, de la más reconocida inferioridad. No hablo tanto de los caracteres externos del siglo que hemos vivido antitéticamente contrapuesto al de nuestros grandes hermanos del norte: fuimos pobres, estériles, impotentes, inorgánicos. Fue en Alemania, tierra de ciencia y de esfuerzo, aunque no de sabiduría, donde se encontró el nombre condenador para el gran continente Austral: se nos llamaba affeland. Y la raíz de estos males que el extranjero encontraba a flor de piel debíamos buscarla en las profundidades de nuestra alma misma, por mucho que nuestros políticos y reformadores se empeñasen, como hoy mismo, en descubrirla en la superficie siempre irresponsable y casi insensata.

Fuimos mediocres e inferiores, como seguimos siéndolo en gran parte, porque las verdaderas fuerzas invisibles que son la raíz de todo progreso visible habían desaparecido del fondo de nuestra alma. Las grandes virtudes de sacrificio y humanidad que habían logrado en titánico esfuerzo, no existen más o existen apenas. El error se ha infiltrado en nuestra inteligencia y el egoísmo en nuestros corazones. Con tan malos fundamentos morales y espirituales, nuestra vida aparente y fenomenal debía ser lo que es: un régimen de mentira, un florecimiento de miseria, una ruina que comienza siempre y no acaba jamás.

Mientras las más de las naciones aportaron su contribución grande o pequeña al hórreo común de la civilización de la especie, nosotros en cien años hemos llevado nada o casi nada. Y, sin embargo, tenemos todas las grandes tentativas: la democracia, la ciencia, el arte, las grandes empresas de cultura humana, el cultivo de la tierra... , y en todo fuimos mediocres cuando no ínfimos. Es el reino de la mentira y la inversión de todos los vuelos humanos. Un sombrío destino pone sobre todas nuestras obras el sig-no de los planos más bajos de la naturaleza humana.

En los pueblos que han sabido vencerse, aquellas pasiones y afectos que constituyen la contraparte animal del hombre, aparecen siempre dominadas y sofrenadas por aquel elemento superior y celícola, gracias al cual la vida adquiere un sentido ya no despreciable y un destino realmente dig-no. Bajo la presión de esta desazón práctica, todas nuestras cosas aparecen como invertidas o subvertidas y cual eponte sua estuviesen reñidas con la razón. Y de tanto vivir un absurdo práctico hemos acabado por pensarlo también y por creerlo, y lo que es más, por encontrar cómodas razónes y teorías que pretenden justificarlo.

Creemos que los pueblos se hicieron para servicio de los gobiernos y no éstos para el de los pueblos; creemos que la ciencia debe ser adquirida para satisfacer nuestras concupiscencias personales y no para aumentar el bienestar de la colectividad; creemos que el arte, y muy particularmente el arte de escribir debe esquilmarse como una heredad o una vaca, en vez de ser el divino instrumento elevador y sublimador del hombre interno que en nosotros llevamos; creemos en la fecundidad de la pereza, en la eficacia de la mentira, en la licitud de todo procedimiento que lleva al éxito aunque aleje de la honestidad; y es así como este continente de jimios, al decir de los alemanes, ha visto las más extraordinarias actitudes del hombre, especie de caricatura de razón y distorsiones de la realidad, cosas caras para novela y sin embargo abrumadoras de verdad: el poeta–mercachifle u opiómano, el prosador –celestino, el legislador–picapedrero, el orador–sofista, el magistrado–buhonero, el político–empresario, el gobernante–ladrón, o peor, y todos famélicos febriles, inexorables, corredores en la carrera de un estadio trágico e inverosímil, y así, a la manera griega de un gimnasio de tinieblas y de crimen. Es la erupción de todos los apetitos y consecuentemente de todas las brutalidades.

ES EL REINO DE LA BESTIA

Ahora bien, una de las verdades como una claridad de luz para la ciencia, es que, el Reino de la Bestia, por sabiamente organizado que esté, en cualquier punto del planeta, colectiva o individualmente, a la hora fatal señalada por los Dioses, debe encontrar su eclipse y su crepúsculo. Puede el Reino de la Bestia haberse edificado en siglos de trabajo, sobre cimientos de ciencia y de coraje, con la ayuda de todas las astucias y cálculos; un día debe pasar.

Debe llegar un día en que las virtudes oprimidas, las conciencias acalladas, los derechos rotos y las inocencias amordazadas rompan el yugo diabólico y restablezcan la armonía de las cosas justas. Llega un instante en que ya no son posible emperador Inocencio III pontífice, Castlereagh ministro, y deben pasar con ellos también sus lúgubres imitadores, así organicen el Reino de la Bestia dentro de limitados grupos humanos o eduquen sendos pueblos lupinos y rapaces.

Pero éstas como resurrecciones del ideal hu-mano no se cumplen gratuitas, azarosas, aleatorias. Verdaderas refecciones de la historia y del destino, su ley depende sobre todo de la voluntad humana. Es la voluntad del hombre la que prepara todo el campo, el surco, la simiente, y es esa misma voluntad la que fomenta la divina germinación de las futuras formas que generan eternamente la vida.

En una palabra, hay que trabajar y hay que dar de sí mismos; y en esto consiste sobre todo lo que un poco vaga e imprecisamente llamamos cultura humana. Dar de sí mismo: grave problema que muchos enuncian y pocos entienden. En el campo de los efectos (que es el principal) significa la reeducación de las pasiones casi siempre inferiores y animales, sobre todo las pasiones propias que condensan todos los apetitos y desenvuelven todos los gérmenes de la guerra. Mas como aceptamos que uno de los caminos más directos a este campo moral es la inteligencia misma, resulta que esta gran función cultural corresponde sobre todo a la inteligencia, y a la inteligencia en todo lo que tiene de afectivo, de pasional y de estético, Así como las pasiones matizan y modelan la inteligencia, aceptamos que, por ley reactiva, la inteligencia puede reaccionar tan poderosamente sobre el organismo pasional que puede llegar a modificarlo y transformarlo. No es otro el fundamento de toda educación.

He aquí por qué la más formidable amenaza para el Reino de la Bestia es la inteligencia que mueve un corazón alto y desprendido. Un signo Típico: en el reino de Guillermo II no aparecieron Goethes, ni Kants, digo, los grandes poetas ni los soñadores de la paz perpetua. Pero sí se vieron innúmeras y potentes inteligencias que sirvieron sin condición la sed de oro y la fiebre de poder; y fue como un trágico espectáculo de águilas encadenadas al cerro de la Bestia. Naciones hay todo flaqueza visible y todo potencia interior, que renunciando a los signos externos y brutales del poder inferior, poseen sin embargo el tesoro inenarrable de las fuerzas espirituales que florecen en la paz, en dulces y primaverales formas de arte, de belleza y de piedad, y cuando la necesidad lo exige, estallan en rayos de realidad y de verdad.

¡Hay del Reino de las Bestia cuando en su seno nace un corazón justo y una inteligencia verídica: es el Dies Irae de su sombrío imperio!

Lima, 1927.

 
Revistas
Publicidad
Portada de HOY

JPG (530 Kb)


Publicidad

Sociales

COCA COLA ESTÁ DE ANIVERSARIO

René Molina, Horacio Villegas, Luis Revilla, Guillermo Gonzales, Herbert Vargas y Fernando Cáceres.

SEMANA DE CINE ANDINO

Karen Tobar, agregada Cultural de Colombia; Martha Carrillo, consejera de Colombia, y Javier Daveggio, de la misión argentina.


Cotizaciones
1 Dólar:6.96 Bs.
1 Euro:8.13 Bs.
1 UFV:2.23268 Bs.

Impunidad
Publicidad