“Cuna de la libertad y tumba de tiranos”

La ciudad de La Paz de principios de siglo pasado

Guillermo Céspedes Rivera


La antigua y estrecha calle Inca, nace en la parte norte de la Plaza Churupampa hoy Alonso de Mendoza, servía de comunicación con la zona de Challapampa, Pura Pura y Achachicala.

Pedro de La Gasca, en recuerdo de la pacificación del Perú, encomendó al capitán Alonso de Mendoza, la fundación de un pueblo que recordase, a través de los tiempos, la acción militar que puso fin a la discordia entre los conquistadores.

El comisionado se detuvo a pocos kilómetros de lo que actualmente es la sede del gobierno boliviano. –Llamada entonces Laja– quiso dar cumplimiento a la misión, pero siguió adelante. Observó la maravillosa cuenca que se extiende al pie del Illimani y un 20 de octubre, allá por 1548, se fundó la que iba a ser la primera ciudad de Bolivia.

La Paz, situada a tres mil seiscientos metros de altura, tiene actualmente una población de trescientos treinta mil habitantes (1948), y la suerte de Bolivia se decidió siempre en esta capital. Los dictadores que pasaron por el “Palacio Que-mado” encontraron un pueblo rebelde al autoritarismo, dispuesto a las luchas más sangrientas en defensa de su libertad.

El sombrío tirano Melgarejo trató de aplastar el espíritu paceño, pero en la lucha de barricadas debió ceder sus nefastas pretensiones. Después de un trágico período de dominación tuvo que emprender el camino del exilio, para morir, oscura y miserablemente, en la capital pe-ruana, acribillado a balazos por el hermano de su favorita Juana Sánchez. Muchísimo antes, en plena dominación española, las comunidades indígenas aledañas, cercaron la ciudad, llevando a sus habitantes soportar días dramáticos de incomunicación, hambre, enfermedades y matanzas, sin embargo la defensa fue denodada.

Se trataba de una lucha de vida o muerte. La civilización cristiana frente a la barbarie. Los pa-ceños se defendieron pese a la penurias, hasta hacer retroceder a los sitiadores, y, no obstante la diferencia numérica La Paz salió indemne del asedio.

La historia de la capital paceña está llena de grandes pasajes. De ahí que el lema de La Paz sea “Cuna de la libertad y tumba de los tiranos”.

La Paz conserva viejos edificios donde la colonia dejó sus huellas más profundas. El templo de San Francisco es una joya arquitectónica de las más bellas. Su portada ofrece un tema para la meditación. Ventanas coloniales, rejas forjadas hace varias centurias, palacios que aún tienen la pátina del pasado, brindan al visitante espectáculos de una grandeza perdida en las sombras. En sus templos hay cuadros de gran valor histórico, pero donde aún se pueden admirar obras de un arte vetusto es en las provincias del departamento. El pasado está siempre presente en La Paz. Su callejuelas retorcidas, sus calles que trepan hacia las serranías, todo evoca el ayer.

El viajero suele atemorizarse de la altura. Pe-

ro todo es cuestión de saber adaptarse. Hay millares de extranjeros que viven sin inconveniente alguno. Equipos de fútbol llegan a La Paz y desarrollan un tremendo esfuerzo sin sentir las consecuencias de ello. Varios cuadros argentinos jugaron en el Estadio paceño contra rivales y el fantasma de la altura, y sin embargo, nadie murió en el campo de juego.

Llegar a La paz es recoger una de las impresiones más inolvidable. La ciudad se extiende en una gigantesca cuenca, denominada Cho-queyapu, al fondo, las montañas nevadas como el majestuoso Illimani y el Mururata. Un cielo totalmente azul, sin una sola nube. Un clima suave en el que el invierno carece de rudeza. Un ambiente cordial donde nadie se pregunta su nacionalidad. En fin, todo se reúne para hacer de una visita a La Paz el recuerdo más grato. Cuenta con buenos y acogedores hoteles, lugares de paseo espaciosos y con bellos jardines, avenidas anchas, mercados y centros comerciales donde se puede acceder a todo.

Hasta mediados del siglo pasado se llegaba a La Paz por vía aérea y por tren. El viaje por tierra es interesante. Se atraviesa en largas horas una enorme extensión del altiplano andino. La mejor época es la del invierno y comienzos del verano. En ocasión de celebrar el IV centenario de la fundación de la ciudad de La Paz, sirvió de pretexto para que millares de turistas visiten La Paz. Hubo un Congreso Interamericano, al que asistió un cardenal legado y el cardenal del Perú. Más de ciento cincuenta delegados recorrieron el corazón de Bolivia. Y se llevaron, como siempre ocurre con los buenos viajeros, un poco de nostalgia de estas montañas gigantescas, de esta ciudad colgada cerca de las estrellas.

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