[Armando Mariaca]

La conciencia regula y encamina los valores


El conocimiento del bien y del mal se llama conciencia, un don que Dios, en su infinita bondad -junto al libre albedrío-, ha creado en el hombre para que, bajo esa condición pueda obrar. La conciencia es, pues, conforme reza el diccionario de la lengua: “Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta”; es, para mayor abundamiento, un regulador de los actos conforme a las virtudes hechas valores y principios.

Muy pocas veces, en las relaciones entre quienes tienen poder y quienes carecen del mismo, se hace referencia a la conciencia y así, entre posiciones políticas, sociales y económicas no siempre se tiene noción de que el bien es el antídoto del mal.

En las relaciones entre gobernantes y gobernados no se concilian criterios para comprender que el verdadero progreso tiene como fundamento el desarrollo moral que es el que conduce a vivir y practicar la solidaridad aceptada y practicada libremente, pero con amor y principios de caridad. Se deja de lado una condición primigenia que debe primar en las relaciones entre los hombres y son los cambios que deben producirse en los corazones tomando conciencia de que los bienes que se desea para sí deben ser ampliados y perfeccionados para los demás.

La conciencia, en el transcurrir de la vida, encamina las virtudes y consolida los valores y los principios que deben ser práctica permanente de quienes poseen poder de cualquier naturaleza y no creer que la libertad que posee el ser humano, especialmente en vigencia plena de la democracia, es dádiva de quien gobierna o administra un Estado o una sociedad cualquiera. Es preciso entender que el desarrollo de la sociedad es siempre paralelo al desarrollo de la libertad.

La conciencia es bien permanente del ser humano y ella señala que las relaciones entre todos los hombres deben regirse por la verdad, la equidad, el amor, la justicia y la libertad, condiciones primigenias para la práctica de la solidaridad que, a su vez, debe ser efecto de un diálogo constante y constructivo, campo en que se realiza la unión de la verdad y de la caridad, de la inteligencia y del amor, puesto que el diálogo debe ser siempre contrario a toda inmoralidad que es engañosa.

Tener o tomar conciencia de lo que se es y se desea, es, simplemente, práctica de virtudes porque no hay ni puede haber conciencia para la práctica del mal, de nada que atente contra los derechos del ser humano. La conciencia, al regir la vida y proceder del hombre, le señala caminos que son limpios para recorrer con valores que deben ser práctica diaria, instrumentos que deben servir para rechazar el mal y, finalmente, medios para entender y vivir en democracia y libertad.

Cuando los hombres hacen abstracción de su conciencia, pierden toda noción de bien común, derivan sus poderes impregnados sólo de instintos que buscan enriquecimientos ilícitos, aumento de poder, hacia el avasallamiento de personas a las que se pretende esclavizar, tener bajo su dominio y vasallaje; son personas reprochables porque han perdido la noción de sus propias virtudes y hecho escarnio de lo bueno que prometieron hacer al ocupar fuentes de poder.

Así, en el diario vivir de quienes tuvieron o tienen poder de cualquier naturaleza, ¿cuántos pueden decir que tienen tranquilidad de conciencia (tranquilidad siempre relativa), y cuántos sostener que tienen la conciencia limpia? ¿Cuántos pueden sostener haber cumplido a conciencia con deberes y responsabilidades? ¿Cuántos han cumplido su palabra y juramentos y han obrado conforme a las leyes y la moral?

Muchas veces, en el diario vivir de la humanidad, se sostiene que los pueblos tienen conciencia de su derechos; pero, no siempre se toma en cuenta que esa conciencia tiene que compatibilizar con el cumplimiento de deberes y responsabilidades. Así, gobernantes y gobernados, en la medida de lo que poseen y son, deben gozar de derechos pero, para que ellos sean efectivos, deben tener y practicar deberes y responsabilidades; y, quienes tienen más, saben más o pueden más están obligados, por su propia conciencia a ser solidarios con los que no tienen y no sólo demostrar solidaridad mediante ayudas y dádivas que lastiman la dignidad del que no tiene sino contribuyendo a que encuentre los mejores medios para vencer su pobreza, sus limitaciones y todo aquello que entraba su desarrollo y progreso.

Es preciso, pues, recorrer dos caminos: que los países ricos inviertan en las naciones pobres y subdesarrolladas y contribuyan -inclusive como medio para alcanzar ellos mismos más utilidades de las que tienen- a lograr riqueza y, en los países pobres y dependientes, que cada quien tome conciencia de sus derechos y responsabilidades, especialmente los gobiernos que están obligados a responder al bien común de sus naciones pero con ejemplo de honestidad y responsabilidad. En resumidas cuentas, es preciso tener conciencia de país o de bien común y contar con la suficiente dosis de amor para que el servicio sea digno.

Los pueblos toman conciencia de lo que tienen que hacer cuando sus dirigentes tienen conciencia de sus deberes y responsabilidades, cuando actúan bajo principios morales y cuando demuestran capacidad para encaminar a sus pueblos por los senderos de un desarrollo armónico y sostenido.

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