Por: Roberto Romero Ospina

¡Que viva Celina, señores!

La cantante y compositora cubana


Portada del disco Santa Bárbara grabada en la voz de la cantante cubana Celina González.

El 4 de enero, en la mañana, murió en Cuba la cantante y compositora Celina González a sus 87 años. Reproducimos esta nota publicada en Voz el 29 de agosto de 1985, una semblanza de la singular artista que estuvo en el Séptimo Festival del semanario y volvió varias veces a Colombia, donde su música siempre es recordada.

Cuando se anunció en Cali que iba a presentarse para la feria de diciembre, el público pensó que era mentira. “Se había regado la bola de que yo estaba muerta”, recuerda ahora Celina González, la cantante cubana, quien con su esposo Reutilio, fallecido en 1972, popularizó como nadie el punto guajiro y la música de santería.

UN NUDO EN LA GARGANTA

“Durante mu actuación mucha gente lloraba y se ponía de rodillas al ver que yo solo no era leyenda”, anota. Una señora le entregó un poema mientras su hija se quitaba la cadena con un elefantico de oro, símbolo de la buena suerte, para dársela a Celina. “Es que nunca nos imaginamos que usted estuviera viva”, repetían.

Veinticinco mil personas colmaron ese día el Coliseo El Pueblo agitando pañuelos blancos y vivando a Cu-ba. “Estaba tan emocionada que tenía que suspirar para poder cantar porque se me hacía una clase de nudo en la garganta, vaya que…”, añade, dejando la frase inconclusa como a veces graciosamente sue-len hacer los cubanos en la charla informal.

Y demostró que estaba más viva que nunca en su primera salida al exterior desde 1960, al ganarse en Cali el primer premio internacional por encima de orquestas como El Gran Combo de Puerto Rico, Oscar de León y Santiago Cerón. Pero jamás cruzó por su mente que las canciones que la hicieron famosa tres décadas atrás, tuvieran aún semejante acogida fuera de la patria.

“AL FESTIVAL DE NUESTRA GENTE”

En Bogotá, ocho meses después, se repitió el milagro. Y Celina, que desde 1947 no cesa de llenar el inventario so-nero del Caribe, acudió a la cita del semanario Voz. “Me dijeron que era el máximo evento de Voz, que es como de-cimos nosotros “Granma”, el vocero de nuestro partido; entonces me dije: bue-no, con mucho gusto voy al Festival de nuestra gente”.

Menuda, con 57 años y una sonrisa fácil en su rostro de tez blanca que guar-da algo de español, Celina no sale de su sorpresa por la recepción en la capital. “Lo del estadio en la Universidad Nacional, un día después de haber llegado de La Haba-na, fue bárbaro. La gente se volcó al esce-nario y no me querían casi dejar salir”, re-pasa.

Tres avalanchas hicieron muchos de los 12.000 asistentes y cuentan que hasta directivos se vieron saltando paredillas pa-ra no perderse el espectáculo abrebocas del Séptimo Festival de Voz de agosto de 1985.

Ella misma no se explica el fenómeno. “Se saben casi mejor que yo mi repertorio y mucho de lo que habíamos preparado en Cuba tuvimos que dejarlo porque esta juventud alegre nos insistía que cantára-mos una y otra vez, Santa Bárbara, San Lázaro, A la virgen de la Caridad del Co-bre, El refrán, Pedacito de mi vida, temas que grabé hace tantos años con Reutilio”.

NI UN CENTAVO POR REGALÍAS

Sin embargo, de todo ese arsenal que ha hecho bailar a Colombia no ha recibido ni un solo centavo. ”En mi vida he visto a esos empresarios disqueros o a sus repre-sentantes y siguen robándose los dere-chos”, enfatiza.

“Al único que yo conozco que prensó música nuestra fue Antonio Suarez, Sua-ritos, quien en La Habana por allá en 1948 nos hizo un contrato exclusivo. Por ese entonces viajamos a Nueva York y Repú-blica Dominicana y filmamos dos películas. Al triunfo de la Revolución Cubana, el hijo de Suárez se llevó varios temas nuestros al exterior que hemos visto en muchos países y de los cuales ya casi no teníamos memoria”.

Enfundada en una gruesa ruana rosada, pues no quiere pescar otra gripa, confiesa mientras apura un “cafecito” en el restau-rante del hotel que se sintió feliz cantando en la fiesta de Voz. “Para ser sincera, no esperaba que fuera de esas dimensiones”.

EL CLÁSICO DÚO

“A mí nadie me enseñó a cantar. Lo mío es natural”, nos dice sobre sus inicios. “Por aquella época se vivía muy mal en Cuba, y en el campo, de donde soy, sí que era un lujo estudiar. Siempre estaba presente aquello que dijo el Indio Naborí en un co-nocido poema, La palabra famosa: la maestra no viene. Ahora eso es cosa del pasado”.

Siendo muy niña su familia se trasladó a Matanzas, donde nació Celina el 16 de marzo de 1928, a Santiago, en el Oriente. “Cuando tenía 15 años conocí a Reutilio en una de esas fiestas que llamábamos gua-teque campesino. Y nos impresionó a to-dos con la guitarra. Cantábamos décimas, tonadas, el punto cubano y terminamos enamorados. Él era carpintero, ebanista y pulimentador”.

Ya casados formaron el clásico dúo. Componían juntos los temas a puro oído pues no tenían ninguna escuela musical. Por la tremenda sonoridad que formaban, muchas veces llegaron a confundirlos con un conjunto y hasta así los anunciaban.

“ATALAYA CAMPESINA” Y EL ESTRENO EN EL ESTADIO

“Encontrándonos en una fiesta al año de casados, uno de los dueños de la Cadena Oriental de Radio, al escucharnos nos pro-puso cantar en su emisora. Empezamos en 1947 con Atalaya campesina, un pro-grama que le tiraba duro al gobierno co-rrompido de Prío Socarrás y que terminaba con el lema “Aquí hace falta la vergüenza de Martí y el machete de Maceo”, hecho, a propósito, realidad solo por Fidel”.

Como le ponían música a los problemas del pueblo, no tardaron en ganarse su cari-ño. “Donde nos vieran nos gritaban, Atala-ya campesina, Atalaya campesina”, dice soltando una carcajada. Su primera salida en un escenario abierto fue en el estadio de beisbol de Santiago de Cuba. “Nunca se me olvidará aquello. Nos tocaba alter-nar con los artistas mexicanos Eva Garza y Charro Gil. El parque estaba repleto, Y entonces la actriz azteca nos preguntó:

-¿Ustedes se van a presentar con punto guajiro?

-Bueno, si eso es lo que sabemos, con-testó Celina.

-¿Y saben que aquí la gente compra almohadillas para arrojárselas a los artis-tas que no gusta, insistió Eva Garza. Hasta arrojan colillas, añadió.

“Claro, porque en aquellos tiempos no había la cultura que tenemos hoy”, anota Celina. “Ay, si nos tiran colillas de cigarri-llos no vamos a ser artistas nunca, le dije a Reutilio nerviosa”.

Pero cuando el locutor anunció que des-de hace un par de semanas se estaba pre-sentando Atalaya campesina, no pudo ter-minar y el pueblo se puso de pie para recibirnos. “Me dio una cosa tan grande que le dije a mi esposo: esto es de noso-tros, ¡arriba! Los mexicanos tuvieron que esperar media hora para salir cuando ter-minamos con el lema de la emisora”.

Después vinieron solo ofrecimientos hasta que Ñico Saquito, el autor de “María Cristina me quiere gobernar”, gloria de Cu-ba y muerto en 1982, se llevó a Celina y Reutilio a La Habana. “Fuimos solo por una semana para volver a Santiago, pero el estreno de nuestro número dedicado a Santa Bárbara nos reportó contratos por un año, quedándonos definitivamente en la capital”.

CON LA REVOLUCIÓN

El triunfo de la Revolución en enero de 1959 los llenó de entusiasmo. “Tuve el honor de ver a Camilo Cienfuegos muy cerca cuando con sus barbudos se apres-taba a tomar el cuartel de Columbia”, anota. “Algunos de ellos fueron a mi casa a pedirme agua y café. Desde entonces siempre he estado al lado del socialismo”.

El 28 de febrero de 1972 muere Reutilio de un paro cardiaco. Asmático, nadie se explica de dónde sacaba tanto aire para ser la segunda voz de una cantante como Celina. Entonces su hijo Lázaro se integra como solista de varios conjuntos guajiros hasta que en 1981 encuentra su mejor nivel al lado del grupo “Campo alegre”.

Con Lázaro, conocido como Reutilio Jr., el cuarto de cinco varones, tornero A y pronto a graduarse de músico, continúa la leyenda que una partiera de un humilde batey guajiro para no salir jamás de la memoria viva de nuestros pueblos.

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